Benin: una ciudad de casas rojas en el país de los reyes sagrados


El estudio emprendido está en sus fases iniciales; los bronces y los marfiles que ilustran la tradición oral, las costumbres de ancestral data, las ceremonias del rito pagano y las de la corte del Oba, así como los documentos que los misioneros y los mercaderes han dejado a lo largo de casi cinco siglos, podrán ilustrarnos para reconstruir la historia del reino nigeriano de Benin.

De hecho, sabemos ya que el Oba reúne en su persona el poder espiritual, el militar y el político. Ejercieron un gobierno absoluto, pues su persona era sagrada y dotada de fuerzas sobrenaturales. Como sacerdote de máxima jerarquía, celebraba ceremonias en honor de los dioses y de sus reales antepasados, ritos que incluían sangrientos sacrificios humanos. En ocasiones constituía una especie de Consejo Real, del que formaban parte miembros de la nobleza benin; existían también los llamados “jefes de la ciudad” y “jefes de palacio”, a quienes les competía cargos relacionados con la administración del reino y las ceremonias rituales. La orden de los Uzama tenía a su cargo la formación y entrenamiento de los guerreros, y se encargaban de la protección y educación del príncipe heredero.

Los miembros de la nobleza gobernaban una aldea o un grupo de ellas en nombre del Oba, y recogía el tributo que se debía al soberano. El Oba obtenía ingresos también del comercio de esclavos, del marfil y de las semillas de palma, que monopolizaba; estas entradas se hicieron aún más importantes a partir del siglo xv, cuando llegaron los europeos, de los cuales los primeros fueron los portugueses.

.Benin era una ciudad amurallada y rodeada por un foso; su perímetro era rectangular y de unos cinco kilómetros de largo. Las calles se cruzaban perpendicularmente, y las casas, construidas con la tierra roja del país, tenían todas el mismo carácter y color. Muy simples, sólo constaba de dos muros paralelos: uno interior y otro exterior, construidos en torno de un rectángulo central que quedaba descubierto, a manera de patio interno; en cambio el corredor que encerraban los dos muros se techaba con hojas de palma y troncos.

Cada morada tenía su altar familiar; los dioses que veneraba el dueño de casa correspondían a la inclinación o los deberes del mismo.

Las principales divinidades eran la de la fecundidad, la del mar, la del hierro, la de la muerte, y la de la medicina, entendiendo por tal, prácticas mágicas. Pero por sobre todos ellos, el culto a los espíritus de los antepasados tiranizaba la existencia de los benin.