El talismán
Esto aconteció en abril, cuando el espino blanco florece en el bosque y mil encantadoras cataratas hechas de nieves y lluvias transformadas en arroyos danzan acompañándose con su música sublime al bajar de las montañas. Pecopín poseía todas las cualidades de un gentil y valeroso caballero. Bauldour, en su castillo, era una reina; en la iglesia, una humilde y santa doncella; en los bosques, un hada y una excelente mujer de su casa.
Decíase de ella que sus ojos eran los más dulces que jamás se habían visto. Pasaba la mayor parte del día hilando en la rueca; y Pecopín se llevaba el día entero cazando.
Acercábase el día de la boda. Pecopín volvíase cada vez más alegre y decidor. Bauldour era cada vez más dichosa. Proseguía hilando en su aposento, y Pecopín continuaba sus cacerías. Al cruzar un claro, sonó un cuerno de caza, y un brillante cortejo de nobles caballeros salió de la espesura. El gran conde palatino hallábase entre ellos.
-¡Venid con nosotros, hermoso joven cazador! -exclamó.
-¿Adonde camináis? -inquirió Pecopín.
-Joven caballero -replicó el conde-. Vamos a Heinburgo a cazar un gavilán que mata nuestros faisanes; vamos a Vaugstberg a cazar un buitre que mata los pollos de nuestros halcones; vamos a Rheinstein a cazar un águila que mata, nuestros halcones grandes. Venid con nosotros.
-¡Con mucho gusto! -dijo Pecopín.
La cacería duró tres días. El primero, Pecopín cazó el gavilán; el segundo mató el buitre, y el tercero el águila. El conde quedó asombrado al ver las repetidas proezas del joven y extraordinario cazador.
-Barón Pecopín -exclamó-; os regalo mi propiedad de Rhinech. Venid conmigo a recibirla de mis manos.
No había más remedio que obedecer. Pecopín envió una carta a Bauldour en la cual le participaba con tristeza que el conde lo había obligado a ir con él.
-Pero no tengas cuidado alguno, dulcísima señora -añadía al final de la epístola-; estaré de vuelta el mes próximo a más tardar.
Estaba el conde tan contento de Pecopín, que, pasado algún tiempo, le dijo:
-Pecopín; voy a enviar una embajada cerca del rey de Francia y os he elegido por embajador mío a causa de vuestra reputación de caballero.
Pecopín fue a París, y el rey de Francia quedó encantado de su persona, y tomándolo de la mano una mañana, díjole:
-Necesito un noble caballero que sepa presentarse bien y tenga facilidad de palabra para llevar un mensaje a España, y os he escogido a vos, a causa de vuestra gran inteligencia y vuestro genio político.
Pecopín fue a España, y hallándose en Granada recibiólo el monarca moro muy cariñosamente, pero cuando Pecopín fue a despedirse de él, díjole:
-Fuerza es, ciertamente, deciros adiós, hermoso joven y cristiano caballero, pues habéis de partir inmediatamente para Bagdad.
-¡Para Bagdad! -exclamó Pecopín.
-Sí -repuso el moro-, porque no puedo firmar el tratado con el rey de Francia sin el consentimiento del califa, caudillo de los creyentes. He de enviar allí alguna persona de consideración, y os he escogido para que me representéis a causa de la hermosura de vuestro rostro.
Cuando uno se halla entre los moros, ha de ir a donde los moros desean que vaya. Y así Pecopín hubo de encaminarse a Bagdad.
Allí tuvo una aventura. Cierta vieja negra diole un talismán en forma de una gran turquesa, diciéndole:
-Esto os lo envía una princesa que os ama y a la que jamás veréis. Mientras lo llevéis encima, seréis joven. Si os veis en peligro de muerte, tocadlo y os salvará.
Era esta princesa la hija predilecta del califa de Bagdad y éste, al saber que se había enamorado de un caballero cristiano, enojóse grandemente, y tomando de la mano a Pecopín condújolo a la parte más alta de la torre diciéndole:
-Joven Caballero: el conde os envió al rey de Francia a causa de vuestra reputación de buen caballero; el rey de Francia os envió al monarca de Granada a causa de vuestra gran inteligencia; el rey moro de Granada os envió al califa de Bagdad a causa de la hermosura de vuestro rostro y yo, a causa de vuestro renombre de caballero, de vuestra gran inteligencia y de vuestro hermoso rostro, os envío a la muerte.
Y al pronunciar estas últimas palabras dio el califa un empujón a Pecopín en lo alto de la torre.
Y a medida que Pecopín vagaba por el espacio, su pensamiento estaba fijo en Bauldour. Púsose la mano en el corazón e inconscientemente tocó el mágico talismán.
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