LOS GNOMOS Y LA MINA DE ORO
Hace muchos años invadió el país de Suecia una numerosa horda de bárbaros feroces y salvajes. El rey, temeroso de que le arrebatasen a su bella hija, la princesa Edelina, antes de entrar en batalla con los invasores, hizo excavar una gran caverna en medio de una selva solitaria y, después de depositar allí abundante provisión de alimentos y antorchas, escondió en ella a la princesa.
Nadie tuvo noticia de su paradero, sino su prometido, el joven conde Svend, quien la acompañó al lugar secreto y cerró su entrada oculta, no sin haberle prometido ir en su busca, tan pronto como se ganara la terrible batalla. Por desgracia sucedió lo contrario: perdióse aquélla; los bárbaros dieron muerte al rey y a sus soldados, devastaron todo el país y asesinaron a sus habitantes. El conde, herido, fue conducido por dos fieles servidores a una ciudad de Noruega, donde tardó mucho tiempo en curarse. Entretanto, la princesa Edelina, llena de tristeza en la caverna, esperaba que viniese a abrir la puerta secreta, y viendo que la provisión de antorchas y alimentos tocaba a su fin, decidió construir por sí misma un camino de salida. Mas, en vez de cavar en la debida dirección, hacíalo en la contraria, y de esta suerte hizo un pasadizo que llevaba a otra caverna. Encendió la última antorcha, entró en aquel nuevo antro, y viendo en él un paso estrecho, lo siguió y se encontró a la salida con una vasta llanura subterránea, por la que corría un caudaloso río. Ardía en el fondo de la caverna un gran horno, alrededor del cual un enjambre de feos gnomos afanábanse cavando y fundiendo oro.
-¡Matarla! ¡Matarla!, ha descubierto nuestra mina -gritaron irritados al descubrir a la joven.
-No, -dijo el rey de aquella furiosa caterva-. Ganaremos más conservándole la vida. Sabéis que acabamos de perder la rana traída del bosque, y necesitamos otro profeta del tiempo, para anunciarnos las lluvias que pueden inundar nuestra mina. Estoy seguro de que ésta lo hará. Mirad.
Y tocando a Edelina con una especie de varita mágica, la convirtió en rana. Trajeron después los gnomos un vaso de cristal que llenaron de agua, y habiendo colocado del fondo a la boca del vaso una escalerita, metieron en él a Edelina.
-Ahora sabremos cuándo vendrán las lluvias -añadió el rey de los gnomos-. La señorita rana nos anunciará el buen tiempo subiendo al último tramo de la escalera; y, cuando baje al fondo del vaso, indicará la venida de un temporal.
Así quedó transformada Edelina en barómetro del tiempo para los gnomos, y por cierto que desempeñó bien su oficio. Sucedía, pues, que cuando sobre la tierra llovía a torrentes, sin saber por qué, Edelina bajaba al fondo del vaso y allí se quedaba pegada. Al verla, pensaban los gnomos que obraba así movida por la tristeza que le causaba el haber sido convertida de princesa en rana; y cuando un día la lluvia inundó la tierra y crecieron las aguas del río subterráneo hasta apagar el horno y anegar la mina, arrepintiéronse los gnomos de no haber creído a su indicador, y se dispusieron a huir de aquel lugar.
No quedaba en él ni un palmo de terreno seco. Treparon por el corredor abierto por la princesa y que conducía a la caverna; pero, hallándola demasiado pequeña abrieron un camino hacia la selva. Colocaron el vaso con Edelina sobre unas angarillas y dos de ellos lo transportaron por la selva oscura. Al mismo tiempo acercábase a la caverna el valiente conde Svend. No bien lo divisaron los gnomos, dejaron caer el vaso y escaparon en precipitada fuga: salió Edelina de su prisión y de un salto se colocó sobre un hombro de Svend.
-Algo extraño sucede -pensó el conde tomando la rana con cuidado.
Entró en la caverna y buscó a la princesa inútilmente, pues allí no había nadie. La rareza de la rana le había maravillado, y en el momento de darle un beso, quedó el animal convertido en la princesa Edelina. Después de haber derrotado a los bárbaros, Svend se casó con Edelina, fue rey de Suecia, y encontró en la mina de los gnomos oro suficiente para reedificar las ciudades y pueblos destruidos por el enemigo. De este modo, la aventura de Svend tuvo un éxito afortunado, y el pueblo de Suecia vivió feliz en lo sucesivo.
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