LA HISTORIA DE UN NIÑO HEROICO
Hay en Europa un país pequeño cuyo territorio tiene, en parte, el nivel de su superficie por debajo de las aguas del mar, que lo invadiría si no hubiera algo que lo contuviera. Para impedirlo, los habitantes de ese país han construido altos muros de tierra que defienden las tierras interiores, y protegen los lagos y canales. Esos muros, anchos como carreteras, reciben el nombre de diques, y constituyen la obra más admirable y grandiosa de la lucha del hombre con la Naturaleza. Pero persiste siempre el peligro de la catástrofe, la amenaza de que el mar intente recobrar sus dominios, aprovechándose de un momento de descuido. En efecto, de una brecha, de una simple grieta en uno de esos muros dependen las cosechas, las viviendas, la vida .-misma de los habitantes. En Holanda, que así se llama ese país admirable, hasta los niños saben de ese peligro.
Cierta vez, un jovencito llamado Hans salió a pasear, acompañado de su hermanito menor, por las afueras del pueblo. Atravesaron una verde pradera salpicada de flores, y se acercaron al dique vecino. Decidieron trepar, y un rato después contemplaba Hans las aguas y su hermanito jugaba muy cerca de la orilla.
De pronto éste exclamó:
-¡Oh, un agujero! Salen globitos.
-¿Un agujero? ¿Dónde? -preguntó Hans vivamente interesado.
-Aquí, cerca de la orilla, y está lleno de agua.
-¿Agua? -exclamó Hans. Y corrió al sitio en que jugaba su hermano.
En efecto, en el dique, a poco más de un pie de la orilla, se distinguía un agujero insignificante, del que manaba una gota de agua.
-¡Un agujero en el dique! -dijo Hans con acento de alarma- ¡Oh! ¿Qué haremos? ¿Qué haremos?
El joven examinó el agujero, las gotas salían más frecuentemente. El niño comprendió que el agua no tardaría en forzar ese agujero que le daba paso. Las gotas cada vez más rápidas, se convertirían en chorro; éste arrastraría la tierra, se abriría una brecha y luego el agua habría de precipitarse como una catarata. Y todo eso en contados instantes. El pueblo estaba lejos. No tendría tiempo de correr a dar aviso. El diminuto agujero se agrandaba visiblemente. Cuando acudieran los hombres a reparar el daño, sería tarde. ¿Qué hacer?
De pronto se le ocurrió una idea. Introdujo en el agujero el índice de la mano derecha. El dedo se adaptaba bien y lo cerraba por completo. Ludgo gritó a su hermanito resueltamente:
-¡Corre, Dieting! ¡Corre hasta el pueblo y avisa a los hombres que hay un agujero en el dique! Dilas que lo tendré tapado hasta que vengan.
El niño diose cuenta por la expresión de su hermano de que aquello era algo grave, y echó a correr hacia el pueblo. Hans, arrodillado, con el dedo en el agujero del dique, lo vio alejarse hasta que lo perdió de vista, y quedó solo. A poco comenzó a experimentar una sensación de entumecimiento en la mano derecha. Se la frotó con la otra mano, pero notó que se le entumecía y enfriaba cada vez más. Miró en dirección del pueblo. No se veía a nadie en el camino. Poco a poco la sensación de frío comenzó a extenderse: le invadió la muñeca, el antebrazo y luego el brazo entero hasta el hombro. Entonces sintió agudos dolores; calambres que partían del dedo, se extendían cada vez más intensos por todo el brazo y alcanzaban la nuca. Le parecía que habían transcurrido horas desde la partida de su hermanito. Sentía la angustia de la soledad. El dolor era cada vez más intenso. Miró ansiosamente a lo lejos; no se veía nadie.
Para calmar el dolor del hombro apoyó la cabeza en el suelo. Entonces le pareció oír la voz del mar que, lleno de sorda furia, le decía:
-Soy el mar inmenso. Nadie puede resistirme. ¿Y pretendes contenerme tú, que no eres más que un niño?
Las aguas, que golpeaban implacables sobre las piedras del dique, parecían murmurar:
-Pasaremos... pasaremos... Arrasaremos con todo... Corre...
Hans se incorporó un poco, casi decidido a retirar el dedo. Se había asustado y decíase que debía huir para salvar la vida. Pero enseguida recordó que si retiraba el dedo el agua agrandaría el agujero, abriría una brecha y luego... la catástrofe. Apretó los dientes y murmuró:
.-¡No, no pasarás! ¡Y yo no huiré!
En ese momento oyó un vocerío lejano. Allá, en el fondo del camino, divisó un punto negro que se movía entre una nubécula de polvo. Los hombres acudían, al fin. Se acercaban corriendo, Pronto distinguió en el grupo a su padre y z sus vecinos. Traían palas y picos. Distinguió sus voces, que le decían:
-¡Ya llegamos! ¡Un momento más!
Un minuto después estaban a su lado. Cuando lo vieron, pálido, exhausto, con el brazo inmovilizado, lo aclamaron con entusiasmo. Luego lo alzaron, le frotaron el brazo dolorido y le dijeron que era todo un valiente.
Los nombres efectuaron rápidamente el trabajo de reparación que exigía el dique y regresaron llevando en hombros a Hans, a quien consideraban un héroe.
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