LA CAJA DE LA BUENA SUERTE
Un caballero paseaba cierto día por las calles, cuando vio una linda rosquilla de pan en el escaparate de una panadería.
-Esto tentará el apetito de mi pobre niña -dijo, y entró en la tienda a comprar el tierno panecillo para su hijita enferma.
Mientras aguardaba el cambio, un pequeñín de seis a siete años de edad, muy pobre, pero con el vestido limpio, entró en la tienda.
-Señora -dijo a la esposa del panadero-, mamá me ha mandado acá por un pan.
-¿Traes dinero? -preguntó ella con una sonrisa, mientras colocaba un enorme pan en los bracitos del niño.
-No, señora, pero mamá dice que vendrá a hablarle mañana.
-Muy bien; márchate con el pan.
-Gracias, señora -dijo el niño.
El caballero recibió su cambio, e iba a salir de la tienda, cuando notó que el muchachito estaba todavía plantado detrás de él.
-¡Cómo! -exclamó la esposa del panadero-. ¿Todavía estás aquí? ¿Qué pasa? ¿No te gusta el pan?
-¡Oh, sí! -replicó el muchacho.
-Entonces, llévaselo a tu madre -dijo la mujer-; si llegas tarde te pegara por vagabundear.
El muchacho parecía no oír; algo lo retenía como encantado, por lo cual la esposa del panadero se acercó a él y le dio una palmadita en la mejilla.
-Vaya, ¿en qué piensas ahora?
-Señora -repuso el niño-, ¿quién canta aquí?
-Nadie.
-Es un pajarito -murmuró el muchacho- o tal vez el pan canta en el horno, como las manzanas.
La esposa del panadero se rió.
-Son los grillos, mi pequeñín.
- ¡Grillos! -prorrumpió el muchacho-. ¿Son realmente grillos? -y se puso de súbito encarnado-. ¡Oh, señora! -continuó con viveza-. ¿Sería yo tan dichoso que me diera usted un grillo? ¡Oh, señora, solamente uno, por favor! -dijo enlazando sus manos sobre el pan-. He oído decir que los grillos traen buena suerte a las casas; quizás si tuviéramos uno en la nuestra, mi pobre madre, que está tan triste y enferma, no volvería a llorar.
El caballero miraba a la panadera, que se enjugaba una lágrima.
-Y ¿por qué llora tu madre, pequeñín? -preguntó él.
--Por las cuentas -respondió el muchacho-. Mi padrecito murió y mi madre tiene que trabajar mucho por causa de las cuentas.
El caballero tomó en sus brazos al muchacho y lo besó, mientras la mujer iba por los grillos, y aunque ella tenía miedo de tocarlos, su esposo cogió cuatro y los puso en una caja con agujeros en la tapa para que pudieran respirar por ellos; luego la esposa dio la caja al niño, que la recibió con una especie de alegre veneración y salió con ella ensimismado.
-Pobre muchachito -dijeron cuando hubo salido, el caballero y la mujer a un tiempo; y ella fue a su pupitre, abrió el libro en la página donde; estaba escrita la cuenta de la viuda; y, después de hacer con la pluma una cruz en ella, puso al pie esta palabra: “Pagada”.
El caballero sacó de su bolsillo toda la plata que llevaba, que no era poca, y se la entregó a la esposa del panadero, diciéndole:
-'¿Quiere usted enviar este dinero a la pobre viuda, con una nota que diga que un día su hijo llegará a ser su alegría y ayuda?
Así se hizo, y un muchacho del panadero, ya grandote, salió a buen andar y llegó a la triste y humilde casa mucho antes que el niño con el grande pan y la caja de los grillos.
Cuándo éste llegó, encontró a su madre (la primera vez después de la muerte del padre) regocijada y alegre, y al punto pensó para sí: “Son los grillos”.
Y, en realidad, a no ser por los grillos y el buen corazón del muchacho, este feliz cambio de suerte no se hubiera verificado.
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