HISTORIA DE JENNY MARTIN


Era Jenny Martin la hija de un leñador del Bosque Nuevo. Paseando una noche por el bosque

en busca de flores, encontró un precioso ratoncito blanco que dormía en el hueco de un viejísimo roble.

- ¡Qué ratón tan mono! -exclamó entusiasmada Jenny-; voy a llevármelo a casa.

Al decir esto, cogió al ratoncito, el cual despertó y le dijo:

-No, Jenny, no me lleves a tu casa, pues el gato me comería. Déjame aquí, que yo soy el rey de los ratones, y recompensaré tu generosidad.

-¿Qué me darás? -dijo Jenny.

-Todo lo que desees -contestó el ratón-. No tienes más que venir a este árbol y llamarme tres veces y realizaré tus deseos.

Pues para empezar -dijo Jenny-quisiera que la casa de mi padre se convirtiera en una grande y hermosa casa de campo.

-Concedido -respondió el ratón-; vuelve a tu casa y así la encontrarás.

Jenny volvió a colocar al ratoncito blanco en el hueco del roble y corrió hacia su casa, donde, en lugar de la modesta choza que poco antes había dejado, encontró una hermosa granja con un jardín lleno de preciosas flores, huerto poblado de grandes árboles, cuadra con tres caballos, establo con treinta vacas y corrales llenos de gallinas, patos, conejos, etc. Jenny quedó asombrada, y no hallaba palabras para expresar su entusiasmo, y lo propio le ocurrió a su padre, que no acertaba a comprender el hecho.

Aquella noche acudió como de costumbre un joven campesino, el prometido de Jenny. que habló del enlace proyectado. Pero ella, orgullosa y soberbia por el cambio operado, despidió a su novio, dando por terminados sus amores.

En quedando sola diose a pensar en lo acaecido, y le ocurrió que había sido muy sobria al pedir al rey de los ratones sólo una casa de campo. Así es que salió corriendo en dirección al roble, donde llamó tres veces.

-¡Ratoncito blanco! ¡Ratoncito blanco! ¡Ratoncito blanco! ¡Tu protegida Jenny acude a ti!

Asomó su cabecita el ratón y dijo:

-¿Qué quieres, Jenny?

-La casa de campo es demasiado pequeña y de poco lujo; desearía una hermosa quinta amueblada regiamente, y que contuviera cofres llenos de oro y alhajas, armarios con ricos trajes y muchos criados.

-Pues márchate a tu casa, donde hallarás cuanto deseas -le dijo amablemente el ratoncito.

Así llegó Jenny a ser una hermosa y rica señorita, que fue solicitada en matrimonio por el hijo de uno de los más ricos propietarios del país. Pero, cuando todo el mundo esperaba que se realizaría tan ventajoso enlace, Jenny despreció al pretendiente por parecerle muy poco para ella, y decía a sus amistades:

-No es suficiente para mí el hijo de un propietario, aunque sea rico; yo tendré cuando quiera un hernioso castillo y sólo me casaré con un lord.

Y como lo pensó lo hizo; acudió de nuevo al roble y luego que le hubo llamado tres veces en la forma convenida, su protector, el ratoncito acudió, preguntando:

-¿Qué te ocurre, Jenny? ¿Deseas aún alguna cosa?

-Sí -respondió la orgullosa muchacha-: deseo ser una gran señora y vivir en un castillo espléndido.

-Muy bien, será como deseas; al llegar a tu casa verás realizados tus sueños.

En efecto, Jenny llegó a ser la dueña de uno de los más grandes castillos de la comarca y a él acudió un gran duque solicitando su mano, pero ella, cada día más orgullosa, lo rechazó diciéndole:

-¡Duquesa yo! Es poco para mí; deseo ser reina.

De nuevo presentase Jenny ante el roble y se puso al habla con el ratoncito blanco, al que expuso sus deseos de ver convertido su castillo en un palacio real y de ser ella la reina.

-Mucho pides, Jenny -dijote el ratoncito blanco-. Ten cuidado, que vas volviéndote demasiado orgullosa.

Pero no obstante, por última vez, hallarás lo que deseas. Vuelve a tu casa.

Aquel mismo día el rey de Inglaterra acudió a cazar al Bosque Nuevo, y hallábase persiguiendo un ciervo, cuando vislumbró la silueta del hermoso palacio de Jenny. Acercóse a contemplarlo en el preciso momento que su dueña regresaba de su visita al ratoncito, y como la antigua hija del leñador era hermosa e iba ricamente vestida, el rey enamorase profundamente de la joven, y acercándose le pidió que fuese la reina de su corte.

Jenny volvióse loca de alegría al verse en vías de realizar sus proyectos, y bendecía su maravillosa suerte. Huelga decir que la contestación fue afirmativa y que desde aquel momento sólo pensó en los preparativos de la boda. Diariamente acudía su real enamorado con magníficos regalos y puso desde luego a su disposición grandes señores de la corte para formar el séquito de la futura reina. Se erigieron arcos de triunfo unidos por guirnaldas de flores, todo a lo largo de la carretera, desde el Bosque Nuevo a la ciudad de Westminster, donde había de celebrarse la ceremonia.

Había llegado el momento solemne de emprender la marcha hacia la iglesia, y cuando se disponía a subir Jenny a la gran carroza de gala que había de conducirla, dijo al rey:

-He olvidado una cosa; espérame un momento.

Dicho esto, alejóse en dirección al roble del ratoncito blanco, atravesando las filas de cortesanos e invitados que se apartaban de ella y la saludaban respetuosamente.

Y habiéndose recogido su largo vestido. Jenny marchó apresuradamente al roble, donde llamó:

-¡Ratoncito blanco! ¡Ratoncito blanco! ¡Ratoncito blanco! La reina de Inglaterra te llama. ¡Acude pronto!

-Muy bien, Jenny -dijote severamente el ratoncito-. ¿No estás satisfecha aún? ¿Te parece poco cuanto por ti he hecho? ¿Qué quieres ahora?

-Una cosa no más –respondió Jenny- deseo que mi esposo haga solamente lo que yo desee; de ese modo yo gobernaré a Inglaterra.

-Todavía no tienes esposo -le dijo enfadado el ratón-; has de ser menos orgullosa y más sumisa. Vuélvete a tu casa a ver si aprovechas la lección que allí te aguarda.

Volvía Jenny pensativa, presintiendo algo extraño, a causa de las palabras pronunciadas por el ratoncito, cuando de pronto observó que sus ropas se transformaban, convirtiéndose en el modesto traje de una aldeana. Después vio que no existían el castillo, ni el rey, ni sus servidores: sólo estaba allí la modesta casita de su padre, el cual, al regresar aquella noche a su casa, habló como si nada hubiese ocurrido.

-¿Habrá sido todo un sueño? -se decía Jenny, al ver que nadie aludía a los hechos anteriores.

Así era. El ratoncito había hecho que todo pareciese como un sueño, para atenuar el castigo que Jenny había de sufrir, y consiguió su propósito. La joven aprovechó la lección, se volvió tierna y sumisa, y casándose a poco con su novio, el campesino que siempre la había amado, vivieron ambos en la modesta casita del bosque, más felices que lo hubieran sido en un palacio, rodeados de cortesanos.


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