El relato
La víspera de Navidad se hallaban en su cuarto, acostados en sus camitas, un niño y una niña llamados Tiltilo y Mitila. Su madre acababa de arrebujarlos en sus camas, y después de amortiguar la luz de la lámpara había salido sigilosamente. De pronto los niños abrieron los ojos, invadidos por el presentimiento de que algo les había de ocurrir: la luz de la alcoba ardía débilmente y de la calle llegaba a ella, a través de las persianas, una tenue luz amarillenta.
-Mitila, ¿duermes? -dijo en voz baja Tiltilo.
-No, ¿y tú? -replicó Mitila.
-Tampoco -contestó el niño con pueril enfado-; ¿cómo podré estar durmiendo, si te estoy hablando?
Siguió en voz baja su conversación durante algunos instantes, y de repente dijo Tiltilo:
-¡Tengo una idea!
-¿Cuál? -preguntó con curiosidad la niña.
-¿Ves la luz que penetra por la ventana? Es de los niños ricos de enfrente que celebran la Nochebuena: levantémonos a verlos.
-Nos está prohibido hacerlo -dijo Mitila, a quien sorprendió el atrevimiento de su hermano.
-¿Por qué no? -dijo él, dispuesto al parecer a sufrir las consecuencias.
Al fin, levantáronse ambos, descalzos, y, abriendo los postigos, miraron con curiosidad hacia el exterior. A través de la persiana de la ventana frontera vieron cómo los niños, luciendo preciosos trajes, bailaban alrededor de un gran árbol de Navidad, lleno de juguetes. Los niños se hallaban arrodillados en sendas sillas, con la cara pegada a los cristales, cuando oyeron un fuerte golpe dado a la puerta.
-¿Qué es eso? -exclamó Tiltilo asombrado, y al mismo tiempo vio abrirse lentamente la puerta, que dio paso a una anciana de pequeña estatura con vestido verde y cofia roja, y apoyada en un bastón de ébano.
-Soy el hada Claraluna -les dijo-. ¿Tenéis aquí el pájaro azul o la hierba canora? Necesito el pájaro azul para mi pobre niñita querida, que está muy enferma.
Siguió un momento de silencio.
-Tiltilo tiene un pájaro -se atrevió a decir Mitila tímidamente.
-¿Y dónde está? -preguntó el hada.
-Allí en su jaula -señaló la niña.
Cogió el hada la jaula y después de mirarla con centelleantes ojos, dijo secamente:
-No lo quiero, no es azul. Tenéis que buscarme el que necesito. Vestíos al punto, pues habéis de partir ahora mismo.
-No tenemos zapatos -objetó Tiltilo.
-No importa -replicó el hada-; yo te daré un sombrero mágico con un brillante en la parte delantera, que os ayudará en vuestras pesquisas. Con él verás las cosas, tal y como realmente son: si vuelves hacia un lado el diamante, contemplarás el pasado, y si lo giras al contrario, entonces descubrirás lo porvenir.
Mientras así hablaba, colocó el hada en la cabeza de Tiltilo, sujetándolo fuertemente, un sombrero de color verde, como la suave pradera.
-Ahora da vuelta al diamante -ordenó el hada Claraluna.
Hecho esto, se operó en la habitación un cambio maravilloso. Lo mismo ocurrió con el hada, que quedó convertida en una princesa de belleza encantadora: las paredes se volvieron transparentes y de color azul como zafiros, brillantes y centelleantes; de los panes surgieron sus almas en forma de hombrecillos con trajes del color de la corteza; el perro y el gato, que dormían tranquilos junto a la chimenea, despertaron y empezaron a hablar; el alma del agua se deslizó del grifo; el espíritu de las llamas saltó ruidosamente del fuego; apareció de repente el alma del azúcar, personificada en un hombrecito alegre vestido con larga levita blanca y azul, que sonreía con exquisita dulzura; el jarro de la leche cayóse de la mesa al suelo, y surgió una figura blanca y tímida, toda mojada; la lámpara derrumbóse con estrépito, y de la luz surgió una mujer joven de asombrosa hermosura.
-¡Qué maravilla! -exclamaron Tiltilo y Mitila.
-No os asustéis -díjoles el hada-; éstas son las almas de las cosas; la mayoría de las personas es demasiado ciega para verlas.
De repente sonó otro golpe en la puerta de la habitación.
-Será nuestro padre, que nos habrá oído- dijo Tiltilo alarmado.
-Dale otra vuelta al diamante -ordenó el hada-, de prisa y de izquierda a derecha.
Tiltilo cambió la posición de la piedra, y el hada recuperó su forma primitiva y quedó convertida en la anciana; pero la vuelta fue dada con tal rapidez, que las almas del fuego, del agua, del azúcar, de la leche, del pan, de la luz, del perro y del gato, no tuvieron tiempo de recobrar su primitiva forma.
Por segunda vez llamaron a la puerta con golpes más fuertes.
-¡Vamonos! -gritó el hada-. Salgamos, salgamos por la ventana, y vendréis todos a mi casa; tú, pan, coge la jaula para encerrar el pájaro azul. ¡Aprisa, aprisa, no perdamos tiempo! ¡Vamos, pronto!
Antes de que cayeran en la cuenta, halláronse todos en la calle en dirección al palacio del hada; allí dio ésta a todos hermosos trajes para que se los vistieran, y acompañó luego a los niños al País de la Memoria.
-Vais a ver a vuestros abuelos -les dijo- y quizás encontréis allí al pájaro azul; iréis solos, pero al regreso saldremos todos a vuestro encuentro. Dicho esto, los dejó solos.
Anduvieron los niños durante un rato entre densísima niebla, que les impedía ver el camino que seguían; así llegaron al lado de un roble del que pendía un rótulo que decía: “País de la Memoria”. Mitila empezó a gritar, presa del miedo.
-¿Dónde están los abuelitos?
-Allende la niebla -replicó el valiente Tiltilo-; no llores; la neblina empieza ya a desaparecer, y pronto veremos qué hay tras de ella.
La niebla fue atenuándose, y así los niños pudieron ver ante sus ojos en el bosque una casuca de campesinos, medio oculta bajo los árboles; en una de las ventanas había una jaula con un mirlo que tenía la cabeza escondida bajo el ala, y cerca de la casa se hallaban varias colmenas, sin que por ello se oyeran zumbido de abejas; parecía que allí dormía todo.
Junto a la puerta de la casa, en un banco, dormitaban dos ancianos.
-¡Son los abuelitos! -dijo Tiltilo, asombrado.
-¡Sí, sí! -gritó Mitila, palmoteando de alegría-. ¡Ellos son! En esto vieron a la abuelita abrir los ojos y que llamaba al abuelo Til, que también despertó, diciéndole:
-Tengo idea de que hoy vendrán nuestros nietos a vernos.
Al oírlo los niños, saltaron hacia sus abuelos.
-¡Aquí estamos! ¡Abuelito! ¡Abuelita! Aquí estamos -exclamaban llenos de júbilo.
Durante unos momentos la felicidad de los ancianos sólo se tradujo en besar y abrazar fuertemente a sus nietos.
-¿Por qué no venís con más frecuencia a vernos? -les preguntaron-; durante meses y meses nos habéis olvidado todos; pues no hemos visto a nadie. Debéis venir a visitarnos.
-No podíamos, y hoy ha sido posible por el hada.
-La última vez que vinisteis -dijo el abuelo- fue la víspera de Todos los Santos, cuando doblaban las campanas de la iglesia.
-¡Pero si no salimos aquel día! -manifestó Tiltilo muy asombrado.
-Pero pensasteis en nosotros -interrumpió la abuelita-, y cada vez que así sucede, nosotros nos despertamos y os vemos.
De pronto Mitila vio el pájaro que dormía, y exclamó:
-He aquí nuestro mirlo; ¿canta todavía, abuelita?
Mientras tanto, el pájaro despertó y se puso a cantar.
-¿Ves? -dijo la abuela-, así que alguien piensa en él, despierta y canta.
-Este pájaro es azul y no negro -dijo el niño, asombrado-; es azul como el cielo. ¡Qué pájaro más hermoso! ¡Abuelito! ¡Abuelita! ¿Puedo llevármelo para entregárselo al hada?
-No hay inconveniente -contestaron ambos.
Tiltilo cogió, pues, el pájaro, lo colocó cuidadosamente en su jaula, y después de haber cenado con los abuelos, los niños se despidieron y emprendieron el regreso.
-No lloréis, abuelitos -les decían-: volveremos cuantas veces nos sea posible.
-Venid todos los días -dijo la abuela-; nuestra única alegría nos la proporcionan vuestros pensamientos, cuando nos visitan.
-Sí, venid frecuentemente -añadió el abuelo-; no tenemos ninguna otra distracción.
Los niños se marcharon con su preciada jaula y el pájaro, que Tiltilo llevaba bajo el brazo, y volvían de cuando en cuando la cabeza hacia atrás para saludar con el pañuelo a sus abuelitos. Mientras caminaban, la niebla formóse de nuevo hasta ocultar completamente la casa.
Al llegar a presencia del hada, su desilusión fue grande, pues se encontraron con que el pájaro no era azul; se había vuelto negro.
Emprendieron otra vez el camino, pero ahora hacia el País de la Noche, al que los acompañaron el pan, el azúcar y el perro. Anduvieron hasta llegar a una sala maravillosa, decorada con oro, ébano y brillantes negros; en su centro había un trono, en el que se hallaba sentada una mujer con largo manto negro y espléndida cola, y frente a él un gato que, con ánimo de impedir que los niños encontraran el pájaro azul, se había adelantado corriendo a prevenir de su visita a la Noche. Pero el gato, que era muy hipócrita, al ver a los niños, salió a su encuentro, simulando un gran placer en hallarlos.
-Por aquí, niños, por aquí -les dijo-. He dicho a la Noche que veníais, y está deseando veros.
Tiltilo explicó su visita a la sombría mujer del trono:
-Vengo en busca del pájaro azul -dijo-; ¿me darás las llaves de tus puertas?
-¿Tienes la contraseña? -preguntó ella.
Tiltilo mostró su sombrero y dijo:
-Mira el diamante.
La Noche lo miró con desagrado, pero entregó las llaves.
-Mira tú mismo -le dijo-, pero ten cuidado con la mala suerte.
Tiltilo abrió, una tras otra, las puertas que había en torno de la negra sala; en ellas encontró sucesivamente los fantasmas, las guerras, las sombras, los terrores, los perfumes de la Noche, los fuegos fatuos y las estrellas fugaces, y por último, las enfermedades, de cuya sala salió un pequeño esqueleto tosiendo y estornudando; pero en ninguna halló el pájaro azul que buscaba. Dirigióse finalmente a la puerta trasera del trono de la Noche, pero ella le cerró el paso.
-No abras esa puerta -dijote con ira-; si llegas a abrirla, tu perdición es segura.
Mitila retrocedió asustada al oír tales frases, después de los horrores que había visto, y el pan se echó a llorar ante el niño suplicándole que no entrase.
-Sacrificarás todas sus vidas -dijote el gato sentenciosamente.
-Debo abrir esa puerta -contestó Tiltilo algo asustado, pero tratando de disimularlo-; pan y azúcar, coged la mano de Mitila y retiraos de aquí.
Obedecieron los nombrados con toda la rapidez posible, y sólo quedó junto a él el perro, que temblando le dijo:
-Soy tu fiel compañero y contigo me quedo, pues no tengo temor ninguno.
Las manos de Tiltilo temblaron mientras introducía y hacía girar la llave, y las puertas se deslizaron a ambos lados; miró el niño con asombro hacia el interior; y ¡cuál no sería su sorpresa al hallar, en vez de una terrible cueva, como esperaba, un hermoso jardín en el que los rayos de la Luna producían un electo fantástico, y que en ellos se hallaban posados diminutos pájaros azules!
-¡Mitila! -gritó loco de alegría-. ¡Ven, venid todos! Ayudadme a coger pájaros azules. ¡Podéis coger cuantos queráis!
Llegaron los niños corriendo al jardín prodigioso, y salieron a poco llevando un sin fin de pájaros azules, y a paso tirado regresaron a casa del hada para ofrecerle el deseado pajarito. El gato se quedó en el palacio de la Noche.
-¿Se llevaron el verdadero pájaro azul? -preguntó con ansiedad ésta.
-No, lo veo allí, en aquel rayo de luna -replicó el gato-; estaba muy alto, y no pudieron alcanzarlo.
Mientras tanto, los niños hallaron al espíritu de la luz.
-¿Habéis traído el pájaro azul? -les preguntó.
-Sí, sí -exclamó la niña con entusiasmo-; cogimos cuantos quisimos; aquí están.
Y mostró sus pájaros, pero entonces vio, con el natural desagrado, que todos eran de otros colores pero no azules; el verdadero se había quedado.
A pesar de ello, los niños continuaron buscando el pájaro de la felicidad, hasta que recibieron recado del hada Claraluna, que les ordenaba ir por él a medianoche al patio de la iglesia. Decidieron, por tanto, ir aquella noche misma a la hora designada; la Luna alumbraba las tumbas cubiertas de césped y las cruces de madera colocadas sobre ellas, cuando Tiltilo y Mitila penetraban en el patio de la iglesia; la niña tenía miedo.
-Quiero marcharme -dijo.
-Aún no, hermana -contestó Tiltilo, mostrando un valor que realmente no tenía-. Voy a girar el diamante y veremos las almas de los muertos.
-¡No! ¡No lo hagas! -balbuceó su hermana-. ¡Tengo mucho miedo!
-No hay en ello peligro alguno -aseguró Tiltilo.
-Pero no quiero verlas -insistió ella.
-Conforme, no las verás; cierra los ojos -agregó Tiltilo.
Llevóse la mano al sombrero, y hubo un instante en que también sintió deseos de cerrar los suyos. Giró el diamante, y siguió un momento de terrible silencio.
Poco a poco, las cruces empezaron a moverse y las tumbas se abrieron.
-¡Ya salen! -dijo Mitila, arrimándose asustada a su hermano.
La niebla cubrió la atmósfera mientras se levantaron las losas de las tumbas. Brotó del suelo una tenue luz, los verdes tallos se abrieron paso a través del césped, y de cada tumba salió una blanca azucena. Mitila abrió los ojos y con asombro contempló el campo iluminado como un país de hadas.
-¿Dónde están los muertos? -preguntó temblando aún a su hermano.
-No hay muertos -dijo Tiltilo, también algo atemorizado.
Pero tampoco se hallaba el pájaro azul en aquel patio; lo buscaron también inútilmente en el País del Porvenir; y en su busca llegaron hasta el Palacio Azul, donde residían los niños que habían de nacer, en número de algunos miles, envueltos todos en largos vestidos azules; unos jugaban, otros paseaban aquí y allá, algunos hablaban o soñaban, y muchos otros dormían; había también un grupo de ellos trabajando en futuros inventos. Todo alrededor de ellos era azul, azul como el cielo de verano.
-¿Dónde estamos? -dijo Tiltilo.
-En el País de lo Porvenir -le respondieron.
-Entonces aquí hallaremos al pájaro azul -pensaron los niños.
Inmediatamente se reunieron alrededor de ellos muchos niños con los ojos muy abiertos y con las manecitas en la boca.
-¡Niños vivos! ¡Mirad nuestros inventos! -les dijeron. Y acudieron todos a ellos para enseñárselos.
-¡Mira mis flores! -gritó uno-. Crecerán, cuando yo esté en la tierra, tanto como ésta, y señalaba una flor grande como la rueda de un coche.
-¡Contempla mis peras! -dijo otro-. Serán muy grandes, cuando yo haya cumplido treinta años.
Otro niño acudió presuroso, y empezó a dar besos a Mitila y Tiltilo diciéndoles:
-Yo seré vuestro hermanito, haré mi entrada en vuestra casa el próximo domingo de Ramos.
-¿Qué llevas en ese saco? -le preguntó Mitila con curiosidad.
-Lo que llevaré conmigo cuando vaya a tu casa; tres enfermedades: la tos ferina, la escarlatina y el sarampión. Y después de eso... os dejaré.
-Pues para esto no vale la pena de que vayas.
-No podemos elegir ni escoger nosotros -replicó aquella alma que aún no había nacido.
De pronto se oyó gran ruido en la sala azul; dos puertas de color de ópalo situadas a un lado empezaron a moverse.
-¿Qué ocurre? -dijo Tiltilo.
-Es el Tiempo -le contestó un niño.
Las opalinas puertas acabaron de abrirse y en su umbral apareció el Tiempo en figura de anciano; más allá veíase una barca con las velas izadas para marchar.
-¿Están dispuestos todos los niños cuya hora ha llegado? -gritó severamente.
Muchos niños azules corrieron a colocarse a su lado.
-Aquí estamos -gritaban todos.
-¡Uno a uno! -decía el Tiempo a los niños que habían de marchar.
En el momento de zarpar la barca, los niños que se quedaban despedíanse de los que marchaban.
-¡Adiós Pedro...! ¡Adiós Juanito...! ¡Que te acuerdes de mí...! ¡No te asomes demasiado a la borda!
Pronto oyéronse débilmente a gran distancia las voces de los niños que gritaban: “¡La tierra! ¡La tierra! ¡Qué hermosa es!”; y después se oyó un canto extraño que fue aumentando y que parecía de regocijo.
-¿Qué es eso? -preguntó Tiltilo en voz baja.
-Es la canción de las madres que salen a su encuentro -le dijeron.
Mientras tanto, el Tiempo regresó para cerrar sus puertas de ópalo, y al ver a los niños corrió furiosamente hacia ellos, preguntándoles:
-¿Quiénes sois? ¿Cómo habéis entrado aquí?
-No contestéis -les aconsejaron.
Pero él se acercó y asiéndolos de las manos con rabia, desapareció con ellos.
Así sucedió que Tiltilo y Mitila no lograron encontrar el pájaro azul de la felicidad por ninguna parte, mas una mañana despertaron en sus canutas en la casa paterna, y allí, en su propio hogar, hallaron el pájaro azul de la felicidad que en tantos sitios habían buscado inútilmente.
Lo mismo nos sucede a la mayor parte de los hombres: buscamos felicidad en todas partes, menos en donde está, pues realmente donde se halla es en nuestro hogar.
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