DE COMO LA VERDAD FUE A PARAR AL FONDO DE UN POZO
Adiós, mi gatito! -exclamó Luisita angustiada, al ver desaparecer por la boca de un pozo a su precioso minino.
Era Luisita una encantadora niña que solía jugar con sus amiguitas todas las tardes, y aquel día, obligando a su gatito a hacer difíciles ejercicios sobre el brocal de un pozo, el animalito, en un descuido, cayó dando tumbos en las tinieblas hasta llegar al mismísimo fondo.
-¡Pobre minino! -gritaron las amigas de Luisita.
-¿Quién nos envía este gato? -murmuraron los ratoncitos que vivían entre las grietas de las paredes del oscuro pozo.
Descendía, pues, rápidamente el felino por aquellas negruras, esperando un soberbio chapuzón; pero cuál no sería su sorpresa cuando al llegar al fondo se encontró en el regazo de una hermosa joven que estaba sentada en un banco de mármol y que se alumbraba a la débil luz de una lámpara.
Recibiólo, pues, cariñosamente la joven y, mirándolo con amabilidad, le atusó la piel, tranquilizándolo.
-¿Cómo has venido a parar aquí, pobre gatito? -le preguntó su nueva amiga-; ¿te ha tirado algún chico travieso o te has caído por accidente?
El gato, estupefacto y sin darse cuenta de las palabras de la joven, mirábala atónito. Al fin, rompiendo el silencio, le preguntó.
-¿Quién eres?
-Me llaman la Verdad.
-¿Y qué es lo que haces aquí?
-Aquí me metió Demócrito y de aquí no me he movido.
-¿Quién es Demócrito? -le preguntó intrigado el gato.
-Escucha -replicó la Verdad-. Demócrito era uno de los más grandes filósofos de la antigüedad, el cual consagró su vida al descubrimiento de nuevos hechos. En lugar de vivir en Atenas en medio de los placeres, como los demás filósofos de su tiempo, fuese por el mundo en busca de peregrinos descubrimientos. A este fin recorrió Europa, Asia y África. Al regresar a su ciudad natal, Abdera, escogió por morada una cueva en un bosquecillo de las afueras de la ciudad y allí pasó su vida, burlándose de las equivocadas ideas de aquel pueblo ignorante.
-¿Es esto verdad?
-Las gentes lo creyeron loco, y le enviaron el médico Hipócrates para que lo visitase y reconociese. Cuando el galeno volvió de su visita, declaró que no era Demócrito el loco, sino sus acusadores. Ese hombre -añadió-, tiene sobrado fundamento para reírse de las estupideces y desvaríos de un pueblo de tan crasa ignorancia y lamentable superstición. Tal vez sea él el único hombre de sano juicio en nuestra sociedad insana y corrompida. -Estúpidos -gruñó el gato-. Yo no me hubiese reído de ellos, sino que los habría convertido en ratones, después de avisar a todos los de mi raza.
-Desde el tiempo de Demócrito mucho ha aprendido la humanidad -prosiguió la Verdad-. Y aunque los hombres me tienen aquí encerrada y sumida en estas tinieblas, nunca de mis labios han salido para ellos otras palabras que no fueran de compasión.
-Mas dime: ¿por qué te ocultó aquí Demócrito?
-Solía decir aquel filósofo que había buscado la verdad por todas partes, sin lograr encontrarla y que quizá se hallaba en el fondo de un pozo. Al oír esto los hombres dijeron se unos a otros: “Si así es, nunca encontraremos la verdad, pues se halla en el fondo de un pozo desconocido”, y era curioso verlos en cierto modo contentos de ello. Pero los hombres honrados y sinceros diéronse a buscarla por todos los pozos de la tierra. Yo, que por naturaleza brillo y quiero ser descubierta, me oculté ora en uno, ora en otro pozo; de lo contrario corría el riesgo de no ser encontrada nunca. Finalmente, vine a parar a este pozo, cuyo nombre es “¿por qué?”, y desde su fondo observo que son los hombres más íntegros los que se asoman a su brocal para mirarme. Pero si no fuese por Demócrito, no estaría yo aquí. Él me ha aprisionado donde me ves. Estoy oculta, es cierto, pero los hombres amantes de mi luz, saben buscarme. No estoy, pues, indispuesta con Demócrito. Era un hombre probo.
-Y ¿cómo pasas aquí los días? -le interrogó el gatito, echando al mismo tiempo una ojeada por las paredes del pozo, para ver si asomaba algún ratoncito-. Tu vida debe de ser muy triste en este oscuro recinto.
-Los que buscan la Verdad -repuso la joven-, no cesan de echar pozo abajo unos pequeños cubos colgados de los ganchos que forman los signos de interrogación. Pero son tan pequeños que yo no quepo entera en ellos, y así he de llenarlos del agua sagrada de los conocimientos según la capacidad de cada uno. Así paso mis tristes días.
-¡Necios hombres! -exclamó el gato. -¡Si supiesen que eres tú misma la verdad que ellos buscan...!
-No faltarían entonces quienes impidiesen a los amantes de la verdad echar aquí un pozal tan capaz que me pudiese contener, si cubo tan grande pudiera ser construido. No soy huésped bienvenido en las dichosas mansiones de los mortales. Y muchos de ellos pretenden que sólo el conversar conmigo es molesto. Otros se asustan de mí. Los menos son los que se dan cuenta de que el fin de la vida es descubrir la verdad de las cosas.
Tan sabia conversación había puesto serio al gato, que, intrigado y rascándose una oreja con su patita, preguntó:
-¿Es cierto todo lo que dices?
-Nada lo es más -añadió la Verdad-. Son muchos los que sobre la tierra son capaces de los mayores desvaríos por allegar riquezas. Para ellos soy yo una mala amiga. Y hace tan largo tiempo que no me ven, que seguramente no me podrán reconocer.
-¡Cuánto me gustaría vivir siempre a tu lado; pero soy un gato!
En aquel momento un cubo bajaba por la boca del pozo: antes que la Verdad dijese una sola palabra saltó a él el gatito, y dando un fuerte tirón de la cuerda, desapareció de la vista de la joven.
-Si al menos hubiese ratoncitos allá abajo, otra cosa sería -exclamó el gato al llegar al brocal.
Y maullando tiernamente fuese en busca de su desconsolada amita.
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