ALI BABA Y LOS CUARENTA LADRONES
Alí Babá era un pobre hombre que vivía con su esposa en una ciudad de Persia, y un día se internó en la selva con la idea de cortar leña. Vio, entonces, una banda de cuarenta ladrones, y se subió a un árbol para ocultarse. El árbol estaba cerca de una gran roca, y los ladrones llegaron hasta ésta, gritando: -¡Ábrete, Sésamo!
Y se abrió una puerta que conducía a una caverna, a la cual entraron los ladrones, y dejaron allí el oro y la plata que habían robado. Entonces salieron y gritaron: -¡Ciérrate, Sésamo!
Una vez que la caverna quedó cerrada, ellos se retiraron. Entonces Alí Baba descendió de su escondite y gritó: -¡Ábrete, Sésamo!
De nuevo la puerta se abrió, y él penetró en la caverna y se quedó maravillado de tantos tesoros, almacenados en sacos llenos de oro y plata, pensando que todo aquello había sido robado. Alí Baba tomó todos los sacos que pudo y los llevó para su casa.
-Ahora -le dijo a su esposa-, yo seré tan rico como mi hermano Casín.
Y esta idea lo ponía muy contento, pues su hermano era un hombre orgulloso y soberbio, que se había casado con una mujer muy rica.
-Debemos medir cuánto oro tenemos -dijo la esposa de Alí Baba con verdadero júbilo.
Para esto, se dirigió a la casa de Casín para pedir una medida prestada. La mujer de Casín se puso curiosa por conocer qué clase de granos tenía su pobre cuñada. Y así fue que colocó en el fondo de la medida un poco de cera, y, cuál no sería su asombro al ver, cuando le devolvieron la medida, que en el fondo de ésta se había quedado pegada una pieza de oro. Inmediatamente se lo dijo a Casín, y éste se dirigió hacia la casa de Alí Baba y le preguntó de dónde había sacado el oro. Alí Baba le contó con franqueza a su hermano el tesoro que había oculto en la roca, y le indicó cómo se abría y cerraba la caverna.
“Yo me llevaré de allí todo el oro. antes de que Alí Baba tome otra parte de él”, se dijo Casín.
Inmediatamente equipó diez muías y se fue a la caverna, con la idea de cargarlas con todos los sacos que en ella había. Al llegar dijo: “¡Ábrete, Sésamo!” y penetró en la caverna, en donde se puso a bailar lleno de júbilo -al ver los grandes tesoros allí acumulados. Pero su alegría lo perturbó tanto, que cuando quiso sacar los sacos, había olvidado las palabras necesarias para que la caverna se abriera.
-¡Ábrete, cebada! -gritaba-, ¡ábrete, trigo!
Y he aquí que mientras trataba de recordar las palabras verdaderas, los cuarenta ladrones regresaron, penetraron en la caverna, y al verlo allí, lo mataron.
Al día siguiente, Alí Baba volvió a la caverna para tomar otro poco de oro y se encontró el cadáver de su hermano; lo recogió, se lo llevó de aquel lugar y lo enterró decentemente. Entonces, siguiendo la costumbre persa, él se hizo cargo de su cuñada viuda, y se la llevó a vivir con ellos; y con ella iba una inteligente esclava llamada Morgiana.
Cuando los cuarenta ladrones se dieron cuenta que el cadáver de Casín había desaparecido de la caverna, todos estaban llenos de espanto.
-¡Aquí hay otro hombre que conoce nuestro secreto! -dijo el jefe de la banda-, pero yo sé cómo lo voy a encontrar.
Se disfrazó, marchó a la ciudad e investigó si a un hombre que había sido matado con espada lo habían enterrado recientemente; y pudo saber que, en efecto, ese hombre había sido sepultado por Alí Baba.
-Ahora -dijo el capitán a sus hombres-, yo me voy a encargar de que todos ustedes penetren en la casa de ese Alí Baba sin hacer ruido; allí permanecerán escondidos y por la noche deben salir, matar a todo el que allí encuentren y escapar enseguida, sin ser vistos.
Entonces consiguió varios odres de cuero, que en aquella época usaban los persas para almacenar su aceite, y metió dentro de cada uno a un ladrón, y los tapó dejándoles un espacio para que pudiesen respirar; los cargó sobre muías, y colocó entre ellos uno de esos cueros, verdaderamente lleno de aceite, con la idea de enseñarlo en caso que se le preguntase qué era lo que conducía, y por la noche atravesó la selva, dirigióse a la ciudad y se detuvo frente a la casa de Alí Baba.
-Traigo este aceite desde un lugar muy distante -le dijo a Alí Baba-, y es demasiado tarde para ir a una posada. ¿Me permitiría usted que pasase la noche aquí?
Como Alí Baba era un hombre de buen corazón, accedió a los deseos del capitán de los cuarenta ladrones, y le mandó criados para que le cuidasen los mulos y su carga. Morgiana recibió la orden de preparar una cena para el huésped. Pero no tenía aceite para freír la carne y entonces se dirigió a uno de los pellejos, para sacar un poco. Cuando se aproximó, el ladrón que estaba dentro, creyendo que era su jefe, le preguntó en voz baja:
-¿Ha llegado el momento?
-Todavía no -respondió Morgiana.
Entonces, ella recorrió todos los odres y pudo notar que en cada uno había un ladrón, hasta que llegó al que de veras tenía aceite. Vació el aceite en una gran caldera, y lo puso a hervir; entonces fue arrastrando los pellejos y echándolos en el caliente líquido, y así escaldó a todos los ladrones hasta morir.
-Veamos qué pasa ahora -dijo Morgiana.
A medianoche el capitán intentó sacar a sus ladrones; pero después de haber echado una ojeada sobre los pellejos, observó que todos sus hombres estaban muertos, y rápidamente huyó de la casa.
Por la mañana, Morgiana contó a Alí Baba todo lo que había sucedido, y éste, en persona, enterró secretamente los cadáveres, a la noche siguiente.
-Pero recuerda -dijo Morgiana- que todavía subsiste uno de ellos, el que se escapó, y por lo tanto debes estar siempre alerta, pues él no parará hasta que no nos haya matado a todos, por conocer su secreto.
Morgiana tenía razón. El capitán de los cuarenta ladrones no tardó mucho en volver, esta vez disfrazado de tendero, y nuevamente trató de entablar amistad con Alí Baba, buscando una oportunidad para matarlo. Un día, Alí Baba lo invitó a comer con él. Pero he aquí que, de acuerdo con una antigua costumbre de los persas y de los mahometanos, que ellos cumplen estrictamente, ni aun el más malo de todos ellos matará nunca a un hombre con el cual estén comiendo sal. Por ello el capitán de los ladrones dijo a Alí Baba:
-Será para mí un verdadero placer almorzar con usted, amigo mío, pero debo confesarle que tengo un gusto muy curioso. No puedo soportar ni la más mínima cosa con sal en la comida.
-¡Hombre, eso es fácil de evitar! -dijo Alí Baba. Y le indicó a Morgiana que no pusiera ninguna sal en la comida; esto hizo que Morgiana empezase a desconfiar.
-De manera que su nuevo amigo es un hombre que no comerá sal con usted -dijo ella-. ¡Debo vigilarlo cuidadosamente entonces!
Así lo hizo, y, debajo del disfraz, ella pudo descubrir al capitán de los ladrones. Y, más todavía, vio una daga oculta entre sus ropas. Entonces le dijo a Alí Baba:
-Dígale a su extraño amigo que una de sus esclavas danzará para él, antes de la comida.
Cuando ésta estuvo dispuesta, Morgiana penetró en la habitación, ataviada con hermoso y bello traje, y comenzó a bailar la danza de la daga. Ella giraba y daba vueltas y con movimientos llenos de gracia, sujetando en sus manos una daga, se acercó a Alí Baba y fingió que iba a atacarlo. Después continuó su danza ligeramente hasta llegar al capitán de los cuarenta ladrones, pero esta vez, en lugar de ser una inofensiva broma, clavó la daga en el corazón del bandido.
-¡He aquí al villano! -dijo ella.
Y seguidamente mostró la daga que tenía oculta entre las ropas el malvado ladrón.
Alí Baba hizo que Morgiana fuese la esposa de su hijo mayor, y en recompensa a su lealtad, le dio una gran parte de los tesoros que había en la caverna de la selva.
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