La caja admirable que contiene el sistema nervioso central
La utilidad de la médula depende en gran parte del buen funcionamiento de estas hermosas disposiciones, que ponen en comunicación cada una de las partes de la misma, informándola de lo que ocurre en todas las restantes y permitiendo que, cuando se requiere, varias de tales partes actúen en armonía con lo que en la práctica se necesita.
En la extremidad superior, la médula se ensancha ligeramente, formando lo que llamamos el bulbo, que es ya parte del encéfalo y contiene los grupos de células nerviosas, bajo cuyo dominio están los movimientos respiratorios y cuya destrucción presupone una muerte instantánea; hay en el bulbo también otro grupo de células que tiene bajo su dominio el corazón; otro grupo que gradúa el calibre de los vasos sanguíneos; de otro dependen los actos de sorber y deglutir; otro rige la transpiración y el sudor, existiendo probablemente otros grupos. Todos estos grupos están contenidos en una pequeña porción de tejido nervioso, no mayor que la extremidad del dedo. Por encima del bulbo las cosas se complican de un modo extraordinario. Si tuviésemos que empezar por el estudio del cerebro del hombre adulto, nunca acertaríamos con la clave del mismo; pero, si estudiamos el cerebro en su desarrollo y tal como se nos presenta en los animales, la cosa resulta clara. Vemos, pues, que lo que es la porción inferior del encéfalo ha sido como replegado sobre sí mismo, habiendo quedado oculto por algo que ha crecido y se ha desarrollado por encima del mismo, hasta esconderlo por completo, siendo dicha parte el cerebro primitivo, el primer cerebro que existió, si cabe la frase. El cerebro primitivo contiene innumerables células nerviosas agrupadas de distintos modos y destinadas a funciones diversas; esta porción de encéfalo está principalmente relacionada con los movimientos del cuerpo, y en los animales inferiores es también el punto donde tienen lugar la visión, la audición y la sensibilidad general. En nosotros sabemos que algunos de estos sentidos se han hecho tan admirables y delicados que necesitan un nuevo mecanismo para que puedan realizarse, y los antiguos centros, que eran suficientes para los animales inferiores, son en nosotros tan sólo estaciones de mitad de ruta en el camino hacia el cerebro nuevo o cerebro secundario.
Detrás del cerebro primitivo hay una masa de materia nerviosa que ha recibido un nombre, que significa cerebro pequeño; el nombre en cuestión es el de cerebelo. Este cerebelo vemos que va siendo cada vez mayor a medida que ascendemos en la escala animal; pero no podemos comprobar que tenga relación alguna con la sensibilidad. No vemos ni oímos por él, ni tampoco residen allí las facultades del pensamiento. Encontramos, en cambio, que es un gran instrumento para hacer del cuerpo lo que nos convenga; la facultad del equilibrio reside en el cerebelo; un borracho se tambalea porque se ha intoxicado el cerebelo. Así también el uso adecuado de los músculos para cosas muy delicadas, como el pintar o tocar el violín, se ejecutan por la acción del cerebelo. Podríamos creer que esta función no es muy elevada y maravillarnos, por tanto, de ver que el cerebelo está tanto más desarrollado cuanto más se asciende en la escala animal; pero hemos dicho ya que lo único que nos es dado hacer en la vida es mover nuestro cuerpo o cosas situadas fuera del mismo. Gracias a esta facultad de movimientos nuestras mentes pueden vivir y actuar.
Puede demostrarse que a medida que se ha ido perfeccionando el mundo animal, tanto mayor ha sido la seguridad y finura de los movimientos en los seres que lo componen; parte de la historia del progreso es tan sólo la sustitución de la fuerza por la destreza. Los niños pequeños son torpes en sus movimientos; y al paso que van creciendo adquieren mayor destreza en ellos, porque el cerebelo se va desarrollando y desenvolviendo las facultades que presenta en las personas adultas. En relación a la talla de los cuerpos, los animales más torpes son los que presentan un cerebelo más pequeño; ejemplo de ello en la escala de todos los animales superiores, es el hipopótamo. Hemos de tener presente que cuando cogemos algo que hemos seguido con la mirada y lo alcanzamos después con las manos o con la boca, el cerebelo es principalmente el que en tales casos actúa; pues bien, el hipopótamo no tiene idea de lo que es alcanzar alguna cosa y tarda mucho tiempo en distinguir aun las cosas que son de su agrado; y si éstas están en un rincón, el animal es tan torpe que no acierta a alcanzarlas ni con la boca ni con las patas.
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