¿Cuál es en realidad el origen de la memoria?


Los seres orgánicos más simples, como son las amebas o amibas, reaccionan sólo ante algunos estimulantes del medio. Sus movimientos se orientan hacia la luz, hacia el calor, o huyen de ellos. En cada una de estas acciones, en su protoplasma, que es la materia viva de que están formados, se producen cambios físico-químicos. Estos cambios beneficiosos o nocivos, según su índole, imprimen en un organismo tan rudimentario como la ameba la necesidad de evitarlos: se aleja de las zonas muy calientes, o de provocarlos: se acerca a los lugares iluminados. Estos movimientos los encontramos en todos los grados de la escala animal y se vuelven cada vez más complejos a medida que el individuo se aproxima progresivamente a los seres superiores.

Los movimientos de la ameba, que se repiten invariablemente de la misma manera respondiendo a los mismos excitantes, son el preludio de lo que llamamos memoria.

A medida que avanzamos en la escala animal, hallamos hechos que se asemejan a los descritos pero que presentan características originales. Si, por ejemplo, mostramos un hueso a un perro, éste se acercará hasta nosotros, llevado por su apetito; pero, si cuando llega a nuestro lado, lo miramos con rostro ceñudo y lo amenazamos con un palo, huirá despavorido. Si comparamos este hecho con el de la ameba, veremos que la diferencia es muy grande: ella implica no sólo una complejidad mayor en los automatismos, sino algo original, algo nuevo. Dos son en este caso los estímulos: el hueso que lo atrae, por una parte, y, por la otra, el palo que lo rechaza. Si el resultado debiera medirse únicamente por la reacción orgánica provocada por los estímulos, el resultado debiera ser la ausencia de toda reacción, porque siendo los estímulos de signo contrario -atracción y fuga- se neutralizan mutuamente. Sin embargo, ello no es así: el perro reacciona, huye. Lo que nos indica que su acción depende, no de la reacción orgánica provocada por los estímulos, sino de otra cosa. ¿Cuál es ella? La imagen que estos estímulos evocan en su psiquismo, y, en la cual, cada uno de los elementos excitantes es percibido formando parte de una unidad, de una imagen: el hueso le atrae y lo atraerá siempre; pero ahora está unido al rostro y al palo como un todo del que no puede separarse. El perro reacciona conforme al significado que supone esta imagen.

Puede suceder que la sola imagen del rostro enojado, sin mostrar el palo, provoque la reacción del perro experimentado, y éste huya. Esto nos explica ya lo que es la memoria: en este caso el perro reacciona no sólo de acuerdo con la imagen presente, sino de acuerdo también con una imagen del pasado: la imagen en que el rostro enojado se asocia al palo. Aquí hay ya lo que llamamos memoria. Resumiendo lo que hemos analizado, nos damos cuenta de lo que constituye la memoria. Ella implica primero, el que las imágenes sensitivas -y, en el caso del hombre, también las intelectivas-son retenidas, no se van, se guardan; segundo, el que estas imágenes se reproducen en otras ocasiones, aun en ausencia del estímulo adecuado; y, tercero, el que estas imágenes son reconocidas -por lo menos en el caso del hombre- como imágenes del pasado, es decir, imágenes que tuvimos en otro tiempo y de las que nos damos cuenta que pertenecen a este tiempo pasado. Este último factor es tan importante, al hablar del hombre, que sólo en los casos en que él se da hablamos de memoria, atribuyendo a lo que llamamos imaginación las imágenes pretéritas evocadas en las que no reconocemos su carácter de imágenes de objetos que pertenecen al pasado.