Los alimentos combustibles que nos procuran el calor y la energía mecánica necesarios


Gran parte de la grasa que ingerimos es de origen animal, como la grasa de la carne, la contenida en la yema del huevo y la grasa de la leche, la crema y la manteca. Todos estos alimentos resultan más caros que los de origen vegetal, y precisamente las plantas son las que nos ofrecen la mayor parte de los hidratos de carbono que ingerimos, el azúcar y el almidón. Parece que resulta indiferente para el cuerpo que el combustible le sea facilitado en forma de grasa o de hidrato de carbono; pero el azúcar y aun el almidón presentan sobre la grasa la ventaja, además de su mayor baratura, de ser de una digestión mucho más fácil, y por eso el hidrato de carbono es el que la naturaleza ha escogido para los niños, si bien éstos ingieren con seguridad una cantidad de grasa mucho mayor que lo que se supone. La mejor grasa para los niños es la crema, si bien es la más cara entre ellas.

Al contrario de lo que sucede con los alimentos anteriormente citados, el aire, el agua y las sales, los alimentos exclusivamente combustibles no son enteramente indispensables para la vida; y así, es posible vivir sin tomar la más pequeña cantidad de azúcar, de almidón o grasa: es porque las sustancias proteicas son también susceptibles de ser quemadas, pudiendo, por tanto, ser empleadas como combustibles. Éstas, desde luego, no pueden faltar en una forma u otra. Pero sería un mal proceder desechar las grasas y los hidratos de carbono, para usar las proteínas como alimentos combustibles. En primer lugar, las proteínas son mucho más dispendiosas; en segundo lugar, su digestión es mucho más difícil, y finalmente, cuando se usan como combustibles, no arden completamente, convirtiéndose en agua y ácido carbónico, como hacen las grasas y los azúcares, sino que dan, además, origen a otra multitud de residuos cuya producción excesiva resulta altamente perjudicial para el organismo. Con el tiempo intoxican el cuerpo, envejeciéndolo, como suele decirse, y esto es lo que sucede a los que viven para comer y no hacen uso de la conveniente dieta en la que deben entrar en la debida proporción las diferentes clases de alimentos.