Desarrollo del esqueleto en las formas superiores de vida
El esqueleto de la cabeza es el cráneo, y de él sólo diremos aquí que está formado por un conjunto de vértebras evolucionadas, desarrolladas y ensanchadas lo suficiente como para dar a la masa del cerebro el espacio que necesita. Este concepto, que hoy la ciencia ha comprobado experimentalmente, ya fue enunciado hace cerca de 200 años por el genial pensador alemán Juan Wolfgang Goethe, quien, al comparar diferentes esqueletos, dedujo que nuestra cabeza no es otra cosa que la unión de un grupo de vértebras transformadas por el mayor peso y volumen del cerebro, con respecto a la médula espinal, de la que es continuación.
Si bien es cierto que la principal función de los huesos del cráneo es dar protección a tan delicado órgano nervioso como es el cerebro, su configuración es, además, fruto de otras funciones. Por ejemplo, el desarrollo de las mandíbulas se debe a la masticación, que a su vez depende de la alimentación empleada.
Una persona observadora advierte inmediatamente la admirable relación entre continente y contenido, entre protector y protegido. El cerebro, el órgano noble por excelencia, se comunica con el exterior del cráneo por medio de pequeños orificios que dejan pasar doce pares de nervios, los llamados pares craneanos. El resto es un macizo óseo que impide que los golpes lesionen la delicadísima estructura del cerebro. También el tórax, que aloja órganos fundamentales para la vida como son el núcleo del aparato circulatorio y el aparato respiratorio, está bien protegido por huesos cuyo conjunto forma la caja torácica. En cambio, el abdomen, en su parte anterior, carece totalmente de protección ósea.
Si volvemos a nuestro ejemplo del arenque, vemos que a ambos lados del cuerpo de este pez se hallan las aletas, que representan un rudimento de nuestros miembros inferiores o superiores. Si pasamos al estudio de un sapo o de una rana, vemos que en estos animales los miembros se desarrollan a expensas de aletas que durante la metamorfosis del animal se transformaron en miembros anteriores y posteriores. Aquí estamos frente a una nueva particularidad de los vertebrados, y es que al eje medio vertebral se agregan cuatro apéndices óseos, que, si bien existían en el cuerpo del pez constituyendo las aletas, adquieren mayor desarrollo a medida que nos elevamos en la escala zoológica, y cambian completamente el aspecto externo del animal, ya que en los animales superiores forman las patas y en el hombre constituyen los brazos y las piernas.
No hay excepción en la regla de que todos los animales vertebrados están formados o constituidos según el plan del eje medio y de los cuatro miembros. Podrán variar de forma, de volumen, de importancia; pero siempre están presentes el conjunto de huesecillos, la espina dorsal, en la línea media, el cráneo, y a ambos lados del cuerpo, dos miembros.
Esta unidad en el plan de los vertebrados es una de las grandes maravillas de la naturaleza, a la que debemos agregar algo muy interesante: que los vertebrados son animales de simetría bilateral, es decir, que tanto los miembros izquierdos como los derechos son iguales y podrían superponerse. Si colocamos nuestras dos manos juntas, en actitud de rezo, palma con palma, vemos que cada uno de los dedos de la mano derecha tiene su correspondiente en los de la izquierda. Naturalmente, esta simetría sólo es válida para los órganos pares y no se aplica a los impares: no podemos superponer nuestro estómago a otro, porque sólo poseemos uno.
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