Descansemos para pensar bien y no tengamos ocupada la mente con dos ideas a la vez
Cuando asistimos a una larga conferencia, o estudiamos por muchas horas, inevitablemente sentimos sueño. Esta sensación es el alerta del cerebro que nos dice: “¡Alto ahí!, comienzo a fatigarme; un poco más de esfuerzo y empiezo a gastarme”. Y es un llamado que nunca debemos desoír, pues puede traer graves consecuencias para la salud mental. Nada aprovecharíamos de lo estudiado cuando el cerebro está fatigado, y por el contrario, perjudicaríamos a éste irremediablemente. Muchos estudiantes truncaron su carrera porque en vez de estudiar un poco cada día durante todo el año, pretendieron aprender sus lecciones en unos días antes de la fecha de examen. Sin descanso, desafiando el alerta del sueño, dañaron sus células cerebrales, y así quedaron imposibilitados para el trabajo intelectual por mucho tiempo. Sepamos, pues, que la primera regla para pensar bien es descansar a tiempo.
La segunda norma para pensar bien se relaciona íntimamente con lo que decíamos al principio al hablar de lo que distingue al “que piensa” del “que no piensa”. La diferencia de unos y otros está en que el que piensa tiene pensamientos y se fija en ellos, y el otro los tiene y no se fija. Esto lo expresamos muy gráficamente en la frase proverbial que dice, refiriéndose a los hombres que no piensan: “tienen pájaros en la cabeza”. De verdad, en ellos, los pensamientos vuelan y huyen hacia todas partes como los pájaros en el aire, carentes de unidad armónica y expuestos a todas las contradicciones de los pensamientos no atenazados, no fijados. Hemos de fijarnos, pues, en los pensamientos, para que los que vienen a nuestra mente, en el correr del día, no vengan y vayan, y nos quedemos, al cabo, como si no los hubiéramos tenido. Como la hiedra se fija al muro, es decir, se adhiere, se pega a él, así la inteligencia ha de pegarse, adherirse a los pensamientos para pensar y pensar bien. Es esto algo que sabemos todos y, por esto, cuando queremos que nuestros dichos no caigan en saco roto, advertimos: “Fíjese bien en lo que quiero decir”.
Ahora bien, para fijarnos en las cosas lo que hemos de hacer es concentrarnos. Si las cosas pasan muy rápidamente ante nuestra mirada, o son muchas las que se juntan en un mismo momento, no nos dan tiempo para fijarnos en ellas, o no atinamos a adherirnos a una entre todas, y el resultado es que se nos escapan en su totalidad. Fijarse supone, pues, concentrarse, y concentrarse supone cerrar la puerta a muchas cosas y atender sólo a una. Estas indicaciones parecen muy sencillas y son, sin embargo, de mucha importancia.
Todos queremos saber: a ninguno le gusta que lo llamen ignorante. Ahora bien: el que bien piensa es el que sabe; y para pensar bien hay que empezar por fijarse, y para fijarse hay que concentrarse. Si las cosas no se adhieren a nosotros no sabemos, y si nosotros no nos adherimos a las cosas las cosas no se adherirán a nosotros. Esto lo olvidan algunos que quieren, por ejemplo, estudiar una lección fijándose al mismo tiempo en otra cosa, y el resultado es que no aprenden y, a veces, cuando continúan este esfuerzo por demasiado tiempo, lo único que consiguen es una fatiga igual o mayor que la que proviene de estudiar falto de sueño. Ya lo decían los antiguos: “Haz lo que haces”, y esto también vale pensar bien. Es muy malo y sumamente contraproducente trabajar con dos ideas a la vez.
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