El luminoso y veloz monstruo marino


Hacia el año 1866 inquietáronse grandemente todos los marinos de Europa y América por un misterioso suceso ocurrido en el Océano, y ante el cual, tanto ellos como los hombres de ciencia, quedaron desconcertados. Muchos buques, al navegar por diversas regiones del anchuroso mar, habían encontrado en su ruta un cuerpo estrecho y largo, dotado de rápidos movimientos, semejante a una ballena, pero mucho mayor que este cetáceo, y capaz de surcar las aguas con una velocidad casi increíble. Algunas veces lo habían visto de noche, y en tales ocasiones pudieron observar que era fosforescente y navegaba bajo el agua envuelto en un torrente de luz.

No había duda alguna sobre la existencia real de aquel monstruo desconocido, terror del abismo, pues eran varios los buques que habían chocado con él, y muy especialmente el vapor Scotia, de la Compañía Cunard, en su reciente viaje a Liverpool. El submarino había atravesado las planchas de acero del Scotia, haciéndole en el casco un gran boquete de forma triangular, que habría sido causa de que el buque naufragase a no haber estado éste dividido en siete compartimientos estancos, cualquiera de los cuales podía soportar una avería sin peligro alguno para la nave.

Hallábase el Scotia a 300 millas del cabo Clear cuando chocó con el misterioso monstruo. Tan pronto como arribó a Liverpool, después de algunos días de demora, subió al dique donde fue reconocido minuciosamente, y allí se comprobaron los efectos del terrible espolón del submarino. Reciente como estaba aún la pérdida de una porción de buques por causas ignoradas, el inminente peligro corrido por el Scotia hizo que todo el mundo fijase su atención en aquel misterio que encerraba el Océano, y tanto en Europa como en America fue unánime el deseo de que se organizase una expedición para atacar y, si posible era, destruir el famoso narval de dimensiones monstruosas, que no era otra cosa el submarino, al decir de muchos hombres de ciencia.

Por aquel tiempo yo, Pedro Arronax, profesor ayudante del Museo de Historia Natural de París, estaba en América agregado a una expedición científica que se llevó a cabo por la desagradable región de Nebraska.

Llegué a Nueva York en compañía de mi fiel criado Conseil y me dediqué a clasificar los numerosos ejemplares que había recogido para el Museo de París. Como ya gozaba de alguna reputación en el mundo científico por mi libro sobre Los Misterios de las tierras submarinas, hiciéronme muchos el honor de consultarme sobre el único tema que absorbía entonces la atención de todos.

También con los auspicios del gobierno de Estados Unidos de América se organizó una expedición que embarcó a bordo de la fragata mas veloz de la Armada americana, la Abraham Lincoln, mandada por el capitán Farragut, el cual estaba preparándose activamente con el fin de dar caza a aquel monstruo errante que había sido visto tres semanas antes por un vapor de San Francisco en el océano Pacífico septentrional. Invitáronme a formar parte de esta expedición como representante de Francia, y acepté inmediatamente. El fiel Conseil dijo que quería ir conmigo donde quiera que fuese, y así mi terco compañero flamenco, que me había acompañado en diversas expediciones científicas durante diez años, se halló otra vez a mi lado en el extraordinario viaje que comenzó cuando salimos de Brooklyn con rumbo al Pacífico.

La tripulación de la fragata y la comisión de sabios que iba a bordo ansiaba encontrar el gran cetáceo o unicornio de mar. Yo opinaba que sería un narval de dimensiones monstruosas, ya que estos animales están armados de una especie de espada de marfil o colmillo tan duro como el acero, y que algunas veces tiene 2,10 metros de largo por 38 centímetros de diámetro en la base. Suponiendo que existiera uno que fuese diez veces más grande que el mayor de cuantos en el transcurso del tiempo habían sido apresados, podía concebirse que un animal tan gigantesco, con su colmillo proporcionalmente potente y moviéndose con suma velocidad, estaba en condiciones de causar todo el daño que se le atribuía.