Tartarín músico y su intervención en el cómico dueto


La gente de Tarascón, además de la extraña pasión por la caza, es muy aficionada a las canciones sentimentales, como podía esperarse de los descendientes de los antiguos trovadores. Cada familia tiene su propia canción favorita. Bezuquet, el droguero, por ejemplo, se deleita con esta entrada: “¡Oh, tú, hermosa estrella, a quien adoro!” Tartarín se figuraba también que sabía cantar; pero sus vigorosos berridos eran capaces de remover a los trovadores en sus tumbas. La señora Bezuquet le indujo a tomar parte en un dueto, en el que todo lo que había de hacer se reducía a cantar “¡No! ¡no! ¡no!” a pequeños intervalos; y lo hizo con tan exuberante vehemencia, que tuvo necesidad de enjugarse el sudor del rostro al terminar. Sintiéndose, no obstante, enteramente satisfecho, entró poco después en el club de aficionados a la caza, y sin más espetó a los asistentes la siguiente noticia:

-Llego ahora mismo de casa de los Bezuquet, donde me han hecho cantar en el dueto de Roberto el Diablo. -Y es lo más gracioso que el hombre creía a pies juntillas haber estado cantando en un dueto.

El lector puede fácilmente comprender cuan popular habría de ser para todo el mundo un sujeto de tan buen natural. Todos los soldados de la guarnición de Tarascón, sin excepción alguna, idolatraban a Tartarín. Las autoridades y la gente del pueblo admiraban igualmente sus arrogantes fanfarronadas. Seguramente no se había conocido jamás un valentón tan tremebundo; y sin embargo, éste no era feliz, pues se sentía capaz de mayores proezas de las que podía realizar en Tarascón.

De tal modo se le habían calentado los cascos con la lectura de historias de bandidos, piratas y pieles rojas -por no decir nada de la caza mayor- que se le figuró estar pasando la vida en busca de aventuras, sin salir, no obstante, de su pequeña. ciudad de Tarascón.