El primer león que Tartarín encontró en Argelia


A Tartarín un color se le iba y otro se le venía al leer esto y se hizo cargo de que tenía empeñada su palabra; por lo cual, aunque deseaba muchísimo volver a Tarascón, como era imposible ir allá sin haber matado algunos leones -por lo menos uñóse decidió a salir para el sur.

Sintióse muy contrariado cuando, después de un largo viaje en diligencia, se le dijo que no quedaba en toda Argelia león alguno, si bien se podían hallar tal vez algunas panteras que valiesen el tiro.

Se apeó en la ciudad de Milianah, y dejó que el coche partiera, pues pensó que podía tomarse las cosas más tranquilamente si, al fin y al cabo, no había leones que matar. Pero, con gran sorpresa suya, topó con un verdadero león vivo junto a la puerta de un café.

-¿Qué motivos tenían para decir que no quedaban ya leones? -exclamó él, extrañado de la vista que se le ofrecía. El león levantaba del suelo con su enorme boca una escudilla, y un árabe que pasaba echó una moneda en ella, a lo cual el león movía la cola. Tartarín vio al momento que se trataba de un pobre león ciego y domesticado que dos negros llevaban por las calles, como a un perro al que se hace trabajar delante del público. Se le encendió la sangre al ver el espectáculo y gritando: “¡Malvados! ¡Humillar así a estos nobles animales!” corrió y quitó la degradante escudilla de las reales mandíbulas del león. Esto dio lugar a una disputa con los negros, en el punto más culminante de la cual el príncipe Gregorio de Montenegro se presentó en escena.