Una sombra recorre las calles silenciosas y sombrías de San Salvador
Blanca nota que aquel extraño ser ejerce sobre ella una fuerte atracción y se sume en aflictivos pensamientos. Su cuñada, doña Luz, que la ha visto varias veces conversando a solas con el indio, a quien considera una fiera salvaje, le aconseja huir de él, pues piensa lo peor y le teme grandemente.
Por las noches, mientras el pueblo de San Salvador duerme arrullado por el rumor del río que a sus plantas se desliza, una sombra recorre las calles silenciosas y sombrías. Los soldados, bravos y crédulos, han creado una conseja: se trata de un fantasma, el alma en pena de algún famoso y bravo cacique que viene al lugar de sus antiguas correrías a presagiar ruinas y males para los conquistadores. Después de mucho discurrir, algunos soldados se conciertan para sorprenderlo y arrancarle su secreto.
Una noche en que sólo velaban los centinelas en el bastión del fuerte y, en la casa de Orgaz, el Padre Esteban meditaba los secretos destinos de la raza charrúa, pensando en Tabaré y su posible redención, oyó de pronto un suspiro seguido de un lamento y, al asomarse, vio huir una medrosa sombra en dirección al río. En ella reconoce a Tabaré, quien en alas de su delirio pasa las noches frente a la casa del capitán Gonzalo, mirando hacia la ventana de Blanca, hasta que las estrellas palidecen en el cielo y la rosada aurora colorea las nubes por Oriente. Los soldados se lanzan tras la sombra fugitiva, que para ellos no es otra cosa que el fantasma que los tiene amendrentados; la alcanzan, la acorralan, la oprimen con sus lanzas y alabardas, prestos a darle muerte si no aclara su esencia, cuando aparece, jadeante, el Padre Esteban y lo ampara entre sus brazos.
Tabaré es llevado a San Salvador, donde vaga sintiendo crecer en su alma ansias de libertad, de destrucción y guerra, sentimientos todos despertados al verse perseguido, acorralado y amenazado por las armas de los españoles. Allí, doña Luz insta a su esposo, el capitán Orgaz, para que lo expulse del pueblo, pues considera su presencia peligrosa para la seguridad de los habitantes; en cambio, Blanca intercede por él, rogando a su hermano que no lo lance a los rigores del bosque, desesperado y enfermo como se halla. El fallo del capitán Orgaz condena al indio a volverse a su selva, pues no ha sabido convivir con los españoles, y, acompañado por el Padre Esteban, sale Tabaré del pueblo, huraño y silencioso. A! llegar al linde del bosque ambos se detienen cabizbajos y esperan a Blanca, que viene hacia ellos.
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