Se descubre la traición de Yago y Otelo, arrepentido, se mata
El pobre Casio recurrió a Desdémona para que intercediera cerca de su marido en su favor. Hízolo la buena Desdémona; pero Yago consiguió villanamente hacer pensar a Otelo que si ella intercedía a favor de Casio era porque se había enamorado de él. Había destilado tan bien el veneno de la duda en el espíritu de Otelo, que al fin el moro comenzó a perder la fe en su esposa, y creyendo que ella no le amaba ya, volvióse casi loco de celos. La fortuna favoreció los perversos planes de Yago, pues, antes del matrimonio, Otelo había dado a Desdémona un pañuelo muy adornado, al que atribuía un poder mágico, el de hacer a su dueña amada y amable, y volverla odiosa si llegaba a perderlo. Yago deseaba posesionarse de este pañuelo e instó a su mujer para que tratase de apoderarse de él, robándoselo a la desprevenida Desdémona.
Cierto día, en que Otelo malhumorado y atormentado por la duda, se quejara de dolor de cabeza, Desdémona le ofreció el pañuelo; pero él lo alejó de sí, diciendo: «Es demasiado pequeño», y el pañuelo cayó al suelo, de donde Emilia lo recogió prontamente y lo pasó a Yago. Este malhadado pañuelillo se convirtió en instrumento causante de grandes males, pues Yago lo dejó disimuladamente en casa de Casio, y éste lo regaló a una mujer no sabiendo a quien había pertenecido, y mucho menos que Yago había llevado a Otelo a verle con el pañuelo, como prueba de que Casio había recibido de Desdémona un don que ella debía estimar como precioso.
Otelo, creyendo que su esposa había dejado de amarle, decidió matarla. Para ejecutar su designio, penetró en la alcoba, donde estaba
Desdémona durmiendo; contempló a ésta un momento y la halló tan bella, que no pudo menos que inclinarse y darle un beso. El beso la despertó, y, en respuesta a sus preguntas, llenas de terror, le mandó Otelo que orase y que se dispusiese a morir, pues conocía su amor por Casio. En vano la infeliz Desdémona defendía su inocencia; su celoso marido la cubrió con las ropas del lecho y la ahogó.
No estaba todavía muerta, cuando Emilia entró en el cuarto, relató las malas acciones de su marido, Yago, y exclamó que el moro, engañado, había asesinado a una santa, cuyas últimas palabras fueron de amor para el desventurado Otelo.
Yago, que entró entonces, dio una puñalada a su mujer, porque lo había denunciado, y luego quiso huir; pero, detenido por los servidores de Otelo, fue llevado a su presencia y éste, lleno de furor, lo hirió.
Comprendiendo en su terrible dolor cuan necio había sido por fiarse de un hombre tan vil y desconfiar de una esposa tan buena, Otelo se apuñaló, y, al caer sobre el cuerpo de su inocente esposa, exclamó lleno de congoja:
- Antes de matarte, te besé; no me queda otro recurso sino matarme y morir dándote un último beso.
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