De cómo Robinson Crusoe no quiso pescar para su amo


“Asaltáronme en aquel momento mis primeras ideas de liberación; encontrábame con que tenía una embarcación a mis órdenes, y que mi amo había suministrado no para una partida de pesca, sino para un viaje. Abastecido de cuanto me era menester, salí del puerto para pescar.

“Luego que hube pescado por algún tiempo sin coger nada, pues no quería yo tirar de lo que mordía en el anzuelo, le dije al moro: “Esto no puede ser; siguiendo así no podremos servir a nuestro amo; vayamos más lejos”. No sospechando nada, se avino y, puesto en la proa, desplegó la vela.

“Cuando nos habíamos internado ya una legua, le entregué el timón al muchacho, me fui a donde estaba el moro, y colocándome detrás de él lió así con mis brazos por la cintura y lo arrojé al mar por la borda.

“Púsose a flote inmediatamente, como un corcho, y me suplicó le recogiese, pues me seguiría adonde quiera que lo llevase. No le quise creer, y bajando al camarote tomé un mosquete y apuntándole le dije qué dispararía si no se estaba quieto. Podéis, añadí, ganar tierra, pues el mar está tranquilo, pero, si os acercáis a la lancha, hago fuego, pues tengo resuelto recobrar mi libertad. Marchóse y nadó hacia la orilla, adonde no dudo llegaría sano y salvo, pues era excelente nadador.”