Renzo participa de las revueltas populares en la ciudad de Milán
Durante este tiempo, llegaban las más escasas y poco satisfactorias noticias de Renzo, que no estaba en aquel convento de Milán. Había llegado, en efecto, a la ciudad, pero bien pronto supo que el fraile a quien iba escrita la recomendación estaba ausente y tardaría algunas horas en volver. En aquellos momentos reinaba en Milán la mayor agitación. El pueblo se había sublevado, ciego de cólera, protestando contra el subido precio que había alcanzado el pan a causa de la carestía del trigo; habían saqueado las panaderías, destruyendo los hornos y echando a la calle las provisiones, y se encaminaban ya a la morada del superintendente de Provisiones con el intento de asesinarlo. Renzo, movido de curiosidad y del deseo de participar de la general excitación, se mezcló con la multitud, simpatizando, naturalmente, con los humildes y sintiéndose lleno de ira contra sus opresores; pero la idea del asesinato lo horrorizó.
Entonces determinó hacer cuanto pudiera con el fin de salvar la vida al superintendente, objeto que consiguió con el auxilio de otros que pensaban como él, abriéndose paso entre la muchedumbre y rescatando al infeliz dé manos de los que ya tenían cercada su casa. Entonces los más exaltados empezaron a echar discursos. Renzo hizo como los demás y aun denunció con mayor saña las varias opresiones que los pobres sufrían de parte de los poderosos, y su amarga experiencia prestaba fuego a sus palabras. Por desgracia, las autoridades habían decidido que, para conseguir el restablecimiento del orden, fueran encarcelados algunos de los jefes del tumulto; y, a la mañana siguiente, Renzo fue detenido estando aún en la cama, y conducido por la calle con esposas en las manos.
Si se le hubiera formado sumario, habría sido probablemente condenado a muerte; de tal modo se habían exagerado sus actos del día anterior que aparecían como crímenes. Sus disculpas y negaciones no habrían servido de gran cosa con jueces determinados a hacer con él un escarmiento. Por las calles todavía vagaban algunos grupos: Renzo logró atraer su atención. Se presentó a ellos como un compañero maltratado, y aquellos hombres se echaron sobre su escolta y lo libertaron. Luego, oyendo sus prudentes consejos, Lorenzo huyó más que de prisa.
Pagina anterior: El hombre misterioso se apodera de la joven Lucía Mondella
Pagina siguiente: Renzo huye de Milán y, bajo el nombre de Antonio Rivolto, se refugia en un molino