Lucía es conducida prisionera al castillo del hombre misterioso


Volvamos ahora a Lucía. Muerta de espanto se encontró llevada como en alas del viento en un lujoso coche arrastrado por veloces caballos, rodeada de cuatro hombres de aspecto tan terrible, que habría infundido temor en el alma de quien se hallara entre ellos. Al verse a merced de aquellos seres repugnantes, la pobre niña perdió el sentido. Al volver en sí, suplicó a los villanos que la dejaran en libertad; había tal pasión y sinceridad en sus palabras que hasta el más duro de corazón se sintió conmovido por su belleza, palidez y profundo desconsuelo. No obstante, los ruegos de Lucía fueron inútiles.

Por fin, llegaron al castillo del Hombre Misterioso; la joven fue encerrada en un cuartito, con una horrible vieja medio ebria, encargada de su custodia. Cuando el dueño de la fortaleza pasó luego a visitarla, Lucía renovó sus súplicas, prometiéndole rogar diariamente por él si consentía en enviarla a su madre, y recordándole que algún día debía morir y que un acto de piedad y misericordia tiene la virtud de borrar muchas faltas. El caballero se sintió extrañamente conmovido. La idea de la muerte había venido a turbarle alguna vez durante esos últimos tiempos; así que experimentó cierta inquietud y disgusto de la vida que llevaba al oír las palabras de Lucía, a las que prestaba más fuerza la pálida y perturbada belleza de la joven. Este desasosiego penetró hasta su corazón, pero hizo cuanto pudo por desecharlo y se afirmó en su resolución de avisar a Rodrigo a la mañana siguiente, para que viniera a buscar su presa,