Asombrosas aventuras de una princesa
(Cuento narrado por el ahogado)
Constanza, hija de un emperador de Roma, era tan bella y bondadosa que cuando regresaban a su país los viajeros que habían ido a visitar aquella ciudad, no encontraban palabras bastantes para ensalzarla. Enterado de sus cualidades un sultán de Siria, por medio de los mercaderes que traficaban con los romanos, y maravillado de cuanto de ella decían, mandó un embajador al César para significarle que se haría cristiano, él y toda su nobleza, si le concedía la mano de su hija.
Habiendo el emperador accedido a los deseos del soberano sirio, celebráronse las bodas; pero la madre del sultán, que se había opuesto secretamente a semejante unión, invitó a los novios y a todos los caballeros cristianos que los acompañaron desde Roma, a un gran festín, durante el cual hizo asesinar a todos, menos a Constanza. A ésta púsola en el mar. en una barca sin timón, navegando a la deriva, con todos los valiosos regalos de boda que había recibido, además de cierta provisión de comestibles y vestidos.
En la frágil navecilla fue Constanza llevada tan lejos, que llegó por fin a las costas de Northumberland. Allí fue hallada por el gobernador de un castillo situado muy cerca del mar, y él y su esposa, llamada Hermenegilda, hicieronse amigos de ella y abrazaron el cristianismo.
Habiendo Constanza rechazado las proposiciones amorosas de un joven hidalgo de Northumberland, trató este de vengarse de sus desdenes. Asesinó en secreto a Hermenegilda y acusó a Constanza del crimen. Compareció ésta ante el rey Alia, cuyo piadoso corazón se conmovió al contemplar su rostro inundado de lágrimas. Y como ocurrió un milagro que se creyó probaba suficientemente la inocencia de la joven acusada, el vil hidalgo, autor del horrible crimen, fue condenado a muerte, y Constanza se desposó con el rey.
Pero la madre de Alia se opuso tenazmente a este matrimonio y, en ausencia de su hijo, hizo embarcar a Constanza, quien de nuevo fue abandonada en el mar a la deriva, con su hijito. Cuando se enteró de ello el rey, dio muerte con sus propias manos a su malvada madre, y entregóse a la mayor desesperación Entretanto Constanza y el pequeño Mauricio, que así se llamaba su hijo, fueron hallados en un país de salvajes al cual habían sido lanzados por las olas, y conducidos a Roma, donde contrajeron amistad con un senador y su esposa. Constanza guardó en secreto su triste historia, y su excesiva bondad hizo que todos la adorasen.
Alia, arrepentido de la muerte de su madre, dirigióse a Roma en peregrinación, y fue recibido en la Ciudad Eterna por el propio senador amigo de Constanza, y habiendo sido éste invitado por el rey a una fiesta, llevó consigo al joven Mauricio.
Atraído por las facciones del niño, inquirió Alia quién era, rogó al senador le contase su historia, y adivinando cuanto no podía éste decirle, sintió su corazón lleno de recuerdos de la esposa que había perdido y a la cual había llorado por muerta. El rey fue a su vez invitado al palacio del senador, y allí se encontraron nuevamente Alia y Constanza, quienes al momento se reconocieron. Constanza, que creía haber sido lanzada al mar por orden de su esposo, cayó desvanecida al verlo. Luego supo la verdad de lo ocurrido por causa de la maldad de la madre del rey, y habiéndose reconciliado ambos esposos, Constanza diose a conocer al emperador, su padre, y todos se mostraron contentos y felices.
Poco después volvió Alia con su esposa a Inglaterra, pero no pudieron gozar mucho tiempo de la felicidad esperada, porque Alia murió.
Constanza regresó a Roma por último, y Mauricio, su hijo, fue más tarde proclamado emperador. El resto de su vida pasólo Constanza practicando actos de virtud y caridad.
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