Introducción a esta novela hostórica


La época de esta historia es el período en que, para emplear los mismos términos de sir Walter Scott, el regreso de Ricardo Corazón de León había llegado a ser un suceso más ansiado que esperado por sus infelices súbditos, víctimas de todo linaje de opresión. Los nobles, cuyo poderío había llegado a crecer sin trabas en el reinado de Esteban, y a quienes, gracias a la prudencia de Enrique II, se había podido reducir algún tanto a la obediencia hacia la corona, habían vuelto a su antigua licencia en mayor grado que nunca anteriormente. Estas circunstancias, unidas a las noticias que sobre la libertad de Ricardo Corazón de León se recibían del continente, hacían cada día más deseable la vuelta del tan querido rey.

El teatro de los sucesos relatados en la historia es “aquel delicioso distrito de la alegre Inglaterra bañado por el río Don”, el cual, “en antiguos tiempos se extendía en un vasto bosque que cubría la mayor parte de los hermosos valles y montañas comprendidos entre Sheffield y la linda ciudad de Doncaster”.

Este bosque era el de Sherwood o Rotherwood, del cual se conservan aún numerosos restos, y en muchas de cuyas partes se perpetuó el recuerdo de Robin Hood.

En este romántico bosque de Sherwood vivía, en los días a que se refiere esta historia, un bravo anciano sajón, llamado Cedric de Rotherwood. Tenía a su servicio a un bufón llamado Wamba y a un porquerizo cuyo nombre era Gurth. Una tarde, mientras iluminaba el sol las ricas praderas del bosque, estos dos criados quedaron sorprendidos al ver pasar un grupo de jinetes. Iban entre los viajeros un fraile, el prior Aymer de Jorvaulx, y un caballero normando, sir Brian de Bois-Guilbert, comendador de la Orden del Temple. Caminaban hacia Ashby-de-la-Zouch, donde debía celebrarse un torneo y preguntaron por el camino que conducía a Rotherwood, residencia de Cedric- Wamba, a quien no gustó nada el aspecto de aquella cabalgata, les señaló la ruta que conducía a Sheffield. Llegados a una encrucijada, vieron a un romero o peregrino que yacía profundamente dormido en tierra. En aquel punto dividíase el camino, y no estaban acordes el fraile y el caballero respecto a si había que tomar el de la derecha o el de la izquierda; por lo cual despertaron al peregrino, quien los condujo a la morada de Cedric.

No era éste amigo de los normandos, pero sobreponiendo sus sentimientos hospitalarios a todos los demás, abrió sus puertas a los recién llegados. Luego que se hubo servido la cena en el gran salón, el mayordomo, levantando su vara, exclamó:

-¡Alto! ¡Paso a ladi Rowena!

Abrióse una puerta detrás de la mesa del banquete, y entró la pupila de Cedric, seguida de cuatro camareras.

“Era Rowena de elevada estatura y formas admirablemente proporcionadas: su tez, exquisitamente blanca; sus claros ojos azules así se mostraban imperiosos como suplicantes. Su profusa cabellera, entre oscura y color de lino, estaba sujeta con perlas. Vestía, sobre un ancho y ondulante traje de lana carmesí, una guarnición de seda verdemar pálido- Pendíale alrededor del cuello una cadena de oro, y desde la cabeza a los pies caíale un velo de seda entretejido de oro”.