Fausto quiere un feudo para convertirlo en señorío


Pero la nueva felicidad de Fausto no duró largo tiempo. Helena lo abandonó para descender al oscuro reino de Persefone. y Fausto fue llevado pollos aires y colocado en el suele de su patria, al borde de gigantes rocas.

Una bota de siete leguas cayó delante de él; y momentos después la compañera. Mefistófeles saltó con ellas de aquellas alturas y, hecho esto, las enormes botas se alejaron misteriosamente.

-¿Qué quieres ahora? -le preguntó Mefistófeles-, ¿nada te agrada en este mundo?

-Sí -respondió Fausto-, me seduce algo grande. Quiero un señorío.

-Bien pensado. Una gran ciudad populosa, industrial y rica. Y tú, honrado y respetado de todos...

-No -dijo Fausto, dudando.

-Entonces un soberbio castillo con magníficos jardines...

-Tampoco... -repuso Fausto.

-Entonces, ¿qué?

-Siento dentro de mí las fuerzas necesarias para una gran empresa. Quiero conquistar una corona. El honor sin méritos no tiene valor. Gobernar un pueblo es la mayor gloria. Pediré al emperador un vasto feudo a lo largo de las orillas del mar, donde éste rompe sobre la tierra. Construiré poderosas murallas y obligaré a las olas borrascosas a retroceder y a los tristes pantanos a ser fértiles regiones, pobladas de ciudades. No hagas muecas, demonio, quiero luchar y vencer.