Fausto, maldecido por la inquietud, queda ciego
Al llegar a la puerta, observaron. -Aquí habita un rico. Tres de ellas prosiguieron su camino, pero la Inquietud entró y se quedó en el castillo. -¡Qué hermoso sería -pensaba Fausto entretanto- si yo fuese un hombre sencillo; si nunca hubiese osado penetrar en las tinieblas, para maldecir de mi existencia y de mí mismo! La tierra es lo suficiente hermosa para que el hombre humilde encuentre en ella la felicidad. Yo en cambio estoy continuamente atormentado por negros pensamientos Cuando así discurría Fausto, vio a la mujer gris a su lado y quiso rechazarla; pero la Inquietud le sugirió: -¿No quieres reconocerme? Pues bien; ¡mi maldición caerá sobre ti! Vivirás ciego entre los mortales. Le sopló en el rostro, y Fausto perdió repentinamente la vista. -¿Qué me pasa? -exclamó Fausto-. La noche desciende tétrica ante mis ojos; mas ¡dentro de mí veo brillar una luz clara! Ea, siervos, al trabajo: “¡que en una hora se realice por entero la obra que mi mente ha ideado! ¡Cuando estén desecados estos pantanos, y una población viril y trabajadora pueble estas comarcas, que serán entonces fecundas, yo viviré libre entre gente libre, y podré decirle al instante fugaz: “¡Detente!, ¡cuan bello eres!” Ya me parece gozar de esa inefable alegría.”
Llegó la medianoche. Cuatro sombras grises de mujer avanzaron hacia el palacio. Eran la Miseria, la Culpa, la Necesidad y la Inquietud.
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