Pablos se hace comediante y bandolero, su viaje a las Indias
En el camino topó con una compañía de farsantes que iban a Toledo; llevaban tres carros, y quiso Dios que entre los compañeros fuese uno que lo había sido suyo de estudios en Alcalá, y había renegado de los libros y metídose al oficio. Preguntáronle a dónde iba, y algo de su hacienda y vida, y Pablos, después de contarles sus desgracias, comenzó a representarles un trozo de la comedia de San Alejo, de que se acordaba de cuando muchacho, y representólo de tal suerte, que el jefe de la compañía le contrató por dos años.
Sucedió días después que a su compañero de composición le detuvieron por deudas y le pusieron en la cárcel. Con esto se separaron todos, y cada uno echó por su parte. Pablos, viéndose con dineros y bien puesto, no trató más que de holgarse, con el juego de cartas.
Quiso, pues, irse de Toledo a Sevilla, y en la jornada se halló con un condiscípulo suyo de Alcalá, que trataba en vidas y vendía cuchilladas, y no le iba mal en el oficio. Convidó éste a Pablos a cenar con él y con sus cantaradas, que le abrazaron con mucha alegría. Llegó la hora de la cena; era ésta vino, pescado y carne. "Estaba una artesa en el suelo toda llena de vino, y allí se echaba de bruces el que quería hacer la razón. A las dos veces no hubo hombre que no conociese al otro. Empezaron pláticas de guerra, menudeaban los juramentos: murieron de brindis a brindis veinte o treinta sin confesión. Levantóse entre ellos un alarido disforme, y, sacando las dagas, juraron solemnemente muerte a los corchetes (alguaciles) poniendo las manos cada uno en el borde de la artesa. Luego, echándose sobre ella de hocicos, dijeron: Así como bebemos este vino, hemos de beber la sangre de todo acechador."
Con esto salieron a caza de corchetes. Pablos, que, como los compañeros, iba entregado al vino, no advertía el riesgo a que se exponía. Llegaron a una calle, en que se encaró con ellos la ronda. No bien la columbraron cuando, sacando las espadas, la embistieron. Pablos, al primer encuentro, atravesó a dos de los de la ronda. Huyeron los otros, y él con sus compañeros se acogieron a una iglesia, donde pudieron ampararse del rigor de la justicia y dormir lo necesario para espumar el vino que les hervía en los cascos.
La justicia no se descuidaba en rondarles, y Pablos, no escarmentado, sino cansado y obstinado, determinó pasar a las Indias para ver si, mudando tierra, mejoraría su suerte y condición, y fuele peor, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres.
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