El diamante que hizo de Caderousse un asesino


-Estáis en un error, amigo mío;- replicó el abate-parece que Dios nos olvida por algún tiempo, mientras da reposo a su justicia; pero siempre llega el momento, en que se acuerda de nosotros,-¡y aquí tenéis una prueba!

Mientras así hablaba, sacó el abate el diamante de su bolsillo y, dándolo a Caderousse, le dijo:

-Tomad, amigo mío; tomad este diamante, que es bien vuestro.

-¡Cómo! ¿Para mí solo?-exclamó Caderousse-¡Ah señor, no os burléis de mí!

-Este diamante había de ser repartido entre sus amigos. Edmundo no tenía más que uno y por lo tanto no puede repartirse. Tomadlo, pues, y vendedlo; vale cincuenta mil francos.

Pero ¡ay! esta buena fortuna fue la perdición de Caderousse, que era un hombre de genio débil e indeciso y no merecía llamarse amigo ni enemigo de Dantés. El y su mujer, casi fuera de sí con la posesión de esta inesperada fortuna, suplicaron a un joyero que fuera al solitario mesón del Pont du Gard para examinar y comprar el diamante que el misterioso abate les había dado. Encendiéronse los más bajos instintos en ambos esposos, tentados, no sólo por los destellos que despedía la piedra preciosa, sino por el pensamiento de que podrían poseer la joya y robar al mismo tiempo el dinero que el negociante llevara consigo para comprarla. Así es como Caderousse se hizo asesino y fue condenado a las galeras.