La novela española del siglo XIX
La tarde del 26 de marzo de 1848 hubo tiros y cuchilladas en Madrid entre un puñado de paisanos y el ejército de la monarquía. Los republicanos disparaban contra la tropa desde la calle de Peregrinos, y la tropa disparaba contra los republicanos desde la Puerta del Sol, de modo y forma que las balas de una y otra procedencia pasaban por delante de las ventanas del piso bajo de una humilde pero graciosa y limpia casa de la susodicha calle, en que vivían solas tres buenas y piadosas mujeres: doña Teresa Carrillo de Albornoz, viuda de un cabecilla carlista, que soñaba con la rehabilitación del grado de general y el título de conde de Santurce, de que disfrutaba su marido en el ejército y la corte del pretendiente don Carlos; una hija suya, soltera, joven, natural de Madrid, y bastante guapa, llamada Angustias, y una doméstica gallega, imposible de filiar o describir, sin edad ni figura.
Mandaba las tropas regulares un hombre como de cuarenta años, de porte fino y elegante, y delicada y bella aunque dura fisonomía; delgado y fuerte como un manojo de nervios y más bien alto que bajo, llamado don Jorge de Córdoba, pero más conocido entre sus compañeros de armas con el nombre de Capitán Veneno, por su carácter atrabiliario y la brusquedad de sus maneras.
Estaba Angustias mirando por entre los maderos de las persianas y se asombraba del valor y la osadía del militar que, expuesto a las balas de los civiles, dirigía los movimientos de la tropa como si estuviera en el patio del cuartel en una clase de instrucción, cuando de pronto, ante una descarga cerrada que los republicanos hicieron sobre él, lo vio caer envuelto en sangre. Huyeron los revoltosos y los soldados corrieron tras ellos, dejando a su capitán herido.
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