El casamiento del hombre que tanto odiaba a los niños


Transcurridos algunos meses del doloroso suceso, el hombre terrible, el enemigo declarado de las mujeres, el que había jurado que jamás se casaría, acaba por pedir humildemente su mano a Angustias, en los siguientes términos:

-Angustias. ¡Bajo una condición precisa, inmutable, cardinal, tengo el honor de pedirle su mano, para que nos casemos cuando usted diga; mañana..., hoy..., en cuanto arreglemos los papeles..., lo más pronto posible; no puedo ya vivir sin usted!

La joven dulcificó su mirada, y comenzó a pagar a don Jorge aquel verdadero heroísmo con una sonrisa tierna y deliciosa.

-¡Pero repito que es con una condición...! -se apresuró a añadir el pobre hombre, conociendo que la mirada y la sonrisa de Angustias empezaban a trastornarlo y derretirlo.

-¿Con qué condición? -preguntó la joven con hechicera calma, volviéndose del todo hacia él, y fascinándole con los torrentes de luz de sus grandes ojos negros.

-Con la condición -balbuceó el catecúmeno- de que si tenemos hijos... ¡los echaremos a la Inclusa! ¡Oh! ¡Lo que es en esto no cederé jamás! ¿Acepta usted? ¡Dígame que sí, por María Santísima!

-Pues, ¿no he de aceptar, señor Capitán Veneno? -respondió Angustias soltando la carcajada-. ¡Usted mismo irá a echarlos...! ¿Qué digo. ..? ¡Iremos los dos juntos! ¡Y los echaremos sin besarlos ni nada! ¡Jorge...! ¿Crees tú que los echaremos?

Tal dijo Angustias, mirando a don Jorge de Córdoba con angelical arrobamiento.

El pobre capitán se sintió morir de ventura; un río de lágrimas brotó de sus ojos, y exclamó estrechando entre sus brazos a la gallarda huérfana:

-¡Conque estoy perdido!

-¡Completísimamente perdido, señor Capitán Venenol -replicó Angustias-. Así, pues, vamos a almorzar; luego jugaremos al tute; y a la tarde, cuando venga el marqués, le preguntaremos si quiere ser padrino de nuestra boda, cosa que el buen señor está deseando, según creo, desde la primera vez que nos vio juntos.