Jornada Tercera
Despunta el alba. La dolorida Isabel lanza sus ayes al viento, llorando su infortunio, cuando a sus oídos llegan los lamentos de su prisionero padre: y tímida acude a desatarle, no sin contarle su pena y también su deshonra.
Refiere después Isabel a su padre cómo su hermano Juan, que al seguir a don Lope se había extraviado en aquel intrincado monte, acudió a sus angustiadas voces, y, al ver al capitán, cerró con él a cuchilladas, hiriéndole en un brazo.
Alzó Crespo a su hija del suelo y ambos partieron en busca de Juan, barruntando el peligro que correría.
Al entrar en Zalamea, salióles al encuentro el escribano, el cual hizo saber a Crespo que el Consejo le había nombrado alcalde, y que se le ofrecían dos importantes asuntos en que ejercer su cargo: la llegada del rey y la violencia de un capitán, el cual de un desconocido había recibido grave herida.
Crespo, empuñando la vara de alcalde, y seguido de labradores, se encamina al alojamiento del capitán y manda tomar las puertas de la casa.
Solo en ella con el capitán, pide, con graves y mesuradas razones, que repare el agravio inferido a su honor, casándose con Isabel, a la que dota con toda su hacienda, resignándose él y su hijo a vivir de limosna.
Altivo el capitán, desprecia al ofendido alcalde, y éste, justamente indignado, ordena prender a don Alvaro, el cual, en un arrebato de despecho y de orgullo, entrega su espada a los alguaciles y sus manos a las esposas, pero intimando que le traten con el respeto que merece un oficial del rey.
Crespo. -... Eso Está muy puesto en razón. Con respeto le llevad A las casas, en efeto, Del Consejo; y con respeto Un par de grillos le echad, una cadena, y tened. Con respeto, gran cuidado Que no hable a ningún soldado; a esos dos también poned En la cárcel, que es razón, aparte, porque después, Con respeto, a todos tres Les tomen la confesión. aquí, para entre los dos, Si hallo harto paño, en efeto, Con muchísimo respeto Os he de ahorcar, juro a Dios.
Juan, que después de herir al capitán ha huido a casa, intenta dar muerte a su hermana, creyéndola culpable, pero el padre se interpone y a fuer de recto alcalde, para administrar justicia equitativamente, hace encarcelar a su hijo por el delito de haber herido al capitán y amenazar a su hermana.
Sabedor don Lope, en camino a Llereda, de que un simple alcalde había osado aprisionar a don Alvaro, volvió airado a Zalamea, donde halló que el alcalde era el mismo Crespo y de él supo la causa de la detención del capitán. Entrambos empieza una viva discusión. Don Lope pide que se le entregue el preso, alegando el fuero militar; y Crespo opone que en el pueblo no hay más autoridad que la suya. En vista de esto, don Lope manda a sus soldados romper las puertas de la cárcel y apoderarse del prisionero.
Cuando mayor era el tumulto entre soldados y labradores, aparece el rey, que acaba de llegar a Zalamea, y pregunta por la causa de aquel alboroto. Crespo, entonces, refiere lo sucedido, y el monarca, dando por buena y justa la sentencia del alcalde, declara que su ejecución tocaba a otro tribunal, y que a él era preciso remitir el reo.
Crespo. -...Mal Podré, señor, remitirle, Porque, como por acá No hay más que sola una audiencia, Cualquiera sentencia que hay, La ejecuta ella, y así Está ejecutada ya.
Rey. -¿Qué decís?
Crespo. -Si no creéis. Que es esto, señor, verdad. Volved los ojos y vedlo. Aqueste es el capitán.
Abre el carcelero la puerta y aparece, dado garrote en una silla, el capitán.
Rey. -Pues ya que aquesto es así, ¿Por qué, como a capitán Y caballero, no hicisteis
Degollarle?
Crespo. -¿Eso dudáis? Señor, como los hidalgos Viven tan bien por acá, El verdugo que tenemos No ha aprendido a degollar esa es querella del muerto, Que toca a su autoridad, hasta que él mismo se queje No les toca a los demás.
Reconociendo el rey la rectitud y entereza de Crespo le confirma en el cargo de alcalde de Zalamea a perpetuidad y ordena que todas sus tropas dejen el pueblo y se pongan en camino para Portugal.
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