Vista interior de el arca y sus muy extraños moradores


“Era la alcoba más completa y deseable que jamás había yo visto, y hallábase situada en la popa del bajel, con una ventanilla que en otro tiempo sirvió para pasar el remo; un espejito, a la altura precisa para mí, clavado contra la pared y con un marco de conchas; una camita, en la cual había el lugar justo para echarse en ella; y un ramillete de algas marinas en un cubilete azul sobre la mesa. Las paredes eran blancas como la nieve; y el cubrecamas de retacitos ofendía mi vista por su nitidez.”

Y los moradores del Arca eran tan raros como su vivienda. En primer lugar estaba Peggotty, el hermano, pescador alto y corpulento, cuyo corazón era tan tierno, como ruda su apariencia; vivía allí también Ham Peggotty, su sobrino huérfano, constructor de barcas, joven de gran corpulencia, de corazón tan sencillo como su tío; y la señora Gummidge, viuda de un antiguo socio del señor Peggotty en el negocio de la pesca, y que parecía ser la mujer más desgraciada, abatida y quejumbrosa del mundo, pues siempre se lamentaba de su inútil condición, de la soledad y desamparo de parientes y amigos, y dé la carga que era para el señor Peggotty, si bien no dejaba de hacer el trabajo de la casa espléndidamente y lo tenía todo limpio y aseado; y cuando los afligía alguna grande calamidad, la señora Gummidge mostraba ser mujer animosa, de corazón abnegado. El último lugar, aunque no el inferior, en la familia lo ocupaba Emilita, la hija del cuñado del señor Peggotty, el cual, lo mismo que el padre de Ham, había perecido ahogado. Emilia era una niña hermosa; y ella y David jugaban alguna vez, con bastante rubor, a los novios. Amaba mucho a su tío, quien la quería más que todo el mundo, a pesar de estar destinada a causarle la mayor pena de su vida.

Cuando Clara Peggotty llevó a David entre aquella gente sencilla y buena, fue el muchacho tan feliz como podía serlo, y se adhirió a todos ellos como a sus únicos amigos, después de muerta su madre. Con Emilia asistió al modestísimo casamiento de Clara con Barkis, el carrero, el cual se celebró durante su estancia en el Arca. Barkis había deseado durante largo tiempo casarse con Clara, y se declaró a ésta por medio de David, haciendo que le dijera de su parte: “Barkis está pronto”, significando que estaba dispuesto a tomar estado -. y deseoso de tenerla a ella por esposa. Pero Clara no se hubiera casado con él, si su dueña no hubiera muerto, no obstante tener Barkis una hermosa casita que la estaba aguardando, de la cual se reservó una de las mejores alcobas para cuando David la necesitase; de modo que éste, al fin y al cabo, tenía casa, por más que los abominables Murdstone le hubieran usurpado la de sus padres. El principal deseo de Murdstone era ahora deshacerse de su hijastro; y cuando David volvió a Blunderstone, halló que se había entrado en tratos para colocarlo en un almacén de vinateros de Londres, en el cual Murdstone estaba interesado. El salario que ganaría, según se le dijo, sería suficiente para su manutención y vestido; y la habitación y lavado serían pagados por su padrastro. Así fue enviado el muchacho a Londres a hacer su fortuna. El almacén de Murdstone y Grinby, infestado de ratones, estaba situado junto al Támesis, en Blackfriars, y el trabajo que se dio a David era de lo más servil. Fue a hospedarse por orden de sus amos en la casa del señor Micawber, quien vivía entonces en una travesía de la City Road, y de este modo empezó un conocimiento que estaba destinado a durar por muchos años. El señor Micawber era hombre extraordinario. Alto y de buena presencia, con una cabeza extremadamente grande y calva, que surgía, como una especie de huevo brillante, de uno de los más imponentes cuellos de camisa, y vestidos que se parecían a los de un actor algo ramplón; Micawber tenía en realidad algo de actor: gustábale hablar usando frases campanudas, llenas de palabras exóticas, y estaba siempre a punto de hacer algo notable que nunca ejecutaba. Era verdaderamente un fracaso en todo, siempre prometiendo arreglar las cuentas cuando la situación cambiase; pero su situación era siempre la misma. Su esposa se jactaba de tener encopetados parientes, a los cuales nadie había visto nunca, y hacía gran ostentación de sus adornos cursis. Los Micawber tenían cuatro hijos: un muchacho y una muchacha, algo más jóvenes que David, y dos niños gemelos.