De cómo David huyó a Londres y halló a su tía Betsy


David se separó de ellos con pena, y poco después decidió huir del odioso almacén que lo esclavizaba. Escribió a la señora Barkis, rogándole le prestase media guinea y le dijese si sabía dónde vivía su tía, Betsy Trotwood. Su antigua y afectuosa ama le envió el dinero, pero sólo podía decir que su tía vivía en algún punto del camino de Dover a Folkestone. A pesar de la vaguedad de la indicación, David se puso en camino, pero no había acabado de salir de Londres cuando unos ladrones le robaron cofre y dinero; así tuvo que sufrir terriblemente, hecho un pobre andrajoso y sucio, antes de hallarse, a fuerza de preguntar, delante de la puerta de la agradable casita de su tía, en Dover. La dama quedó sorprendida al ver al andrajoso muchacho, y oírle decir que ella era su tía, y que su nombre era David Copperfield. Vivía con la señora Trotwood un hombre entrado en años, llamado Ricardo Babley, pero más conocido por el “señor Ricardito”, el cual no estaba enteramente en sus cabales, si bien la señora Trotwood decía siempre que tenía más discreción de lo que se creía, y con frecuencia se regía por su consejo. Hízolo llamar por su criada y le preguntó qué debía hacer con David.

-Pues, si yo estuviera en lugar de usted -dijo el señor Ricardito, considerando y mirando con calma a David-, yo lo... lo lavaría.

-Juanita -dijo entonces su tía-; el señor Ricardito nos da un buen consejo. Calienta el baño.