Colmillo Blanco logra cobrarse una vieja cuenta de su ex dueño
Comienza así otra etapa en la vida del lobo gris, aquella en que le enseñaron a querer, en que lo fueron conquistando por la bondad y el cariño. Fue su maestro de amor el mismo Weedon Scott, quien debió recurrir a toda su paciencia y bondad, acicateadas por el deseo de hacer de él un animal útil, para poder vencer su obstinada resistencia, que provenía de los continuos malos tratos que le habían propinado últimamente y de su ancestral odio al hombre y su amor a la libertad.
Y lo consiguió; poco a poco el lobo se fue entregando a él, buscando su compañía y solicitando sus caricias. Su amor fue creciendo hasta tal punto que durante una ausencia de Scott enfermó de melancolía, no quiso comer, y habría muerto de inanición si éste no hubiera regresado a tiempo para salvarlo. La vista de su amo le devolvió el deseo de vivir que ya había perdido.
Una noche, no mucho después del retorno de Scott, éste y Matt, el conductor de su trineo, hallábanse sentados jugando a los naipes antes de irse a la cama, cuando un alarido y repetidos gruñidos resonaron afuera. Ambos hombres se miraron sorprendidos mientras se ponían de pie.
-Es el lobo que pescó a alguien -dijo Matt, y corrió en busca de un arma.
Nuevos gritos de terror y angustia los urgieron.
- ¡Trae una luz! -gritó Scott, mientras de un salto llegaba a la puerta.
Matt lo siguió con una lámpara, y a su luz pudieron ver a un hombre caído de espaldas sobre la nieve. Tenía los brazos doblados uno sobre el otro, tratando de protegerse, de los colmillos del lobo, el rostro y la garganta. Y en verdad tenia que hacerlo, porque el animal, enfurecido, buscaba atacar malignamente el punto más vulnerable. Desde el hombro hasta la muñeca, las mangas del saco, las de la camisa azul de franela y las de la camiseta hallábanse reducidas a tiras, y los mismos brazos estaban terriblemente desgarrados y enrojecidos por la sangre que manaba de las heridas.
Todo esto vieron los hombres en el primer instante. Al siguiente ya Weedon Scott había sujetado a Colmillo Blanco por la garganta y lo arrastraba apartándolo. El perro luchaba y gruñía, pero no intentaba morder y rápidamente se tranquilizó ante una palabra enérgica de su amo.
Matt ayudó al hombre a ponerse de pie. Al levantarse, el individuo bajó los brazos que tenía cruzados, mostrando el rostro bestial del Hermoso Smith. Matt lo soltó precipitadamente, con un gesto similar al de un hombre que se quema los dedos al tomar una brasa. Smith parpadeó bajo la luz de la lámpara y miró a su alrededor. Vio a Colmillo Blanco, y su rostro se demudó por el terror. El lobo lo miraba fieramente.
Al mismo tiempo, Matt observó que dos objetos yacían sobre la nieve. Acercó la lámpara, mostrándoselos a su jefe con la punta del pie: una cadena de acero para perro y un grueso garrote.
Weedon Scott los vio y asintió con la cabeza. No se cruzaron ni una palabra. El conductor del trineo puso la mano sobre el hombro del Hermoso Smith y lo hizo girar, mirándolo cara a cara. No era necesario decir nada.
Mientras tanto el maestro de amor acariciaba a Colmillo Blanco y le hablaba.
-Trató de robarte, ¿eh? ¡Y tú no podías permitirlo! Bien, bien; cometió un error, ¿no?
-Debe haber pensado que había agarrado diecisiete demonios juntos -se burló el conductor.
Colmillo Blanco, todavía agitado y con los pelos erizados, gruñía y gruñía; pero luego se fue tranquilizando, y los gruñidos, apagándose poco a poco en su garganta, ya no eran sino un leve resuello de contento.
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