LA PLANTA DEL MAÍZ
La más terrible hambruna de que los viejos tuvieran recuerdo o conocimiento azotaba a la tribu, que, en vano, erraba en busca de lugares menos castigados por la sequía.
A los conjuros de los brujos, las divinidades manifestáronse dispuestas a dar a los hombres un nuevo alimento a cambio del sacrificio voluntario de uno de los jóvenes de la tribu.
Todos se ofrecieron. Hubo que realizar un sorteo. El escogido fue atado a un poste, de cara al Sol naciente. Allí debía permanecer hasta morir de hambre.
La tribu entera danzaba a su alrededor, bebiendo y cantando alegremente, para infundirle ánimo y demostrar, al mismo tiempo, a sus dioses, que gustosos acataban sus órdenes.
Pasaron varios días. La muerte tardaba en llegar y la tribu seguía entregada a la orgía. Por fin entró en agonía. Redoblaron los indios sus cánticos; la danza se hizo frenética; las libaciones más frecuentes...
De pronto oscurecióse el cielo; sopló, huracanado, el viento; los truenos y los relámpagos infundían pavor. La indiada sólo pensó en resguardarse de la ira terrible del cielo. Tres días duró el temporal.
Cuando renació la calma, un amanecer, fueron todos a ver al sacrificado, pero éste había desaparecido. En su lugar alzábase una planta de hojas anchas y alargadas, en forma de lanzas, entre las cuales relucía un penacho de espigas doradas: era la planta del maíz.
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