El primer hombre que se dio cuenta que todas las estrellas son soles como el nuestro
Cuando Bruno leyó la obra de Copérnico y meditó sobre ella, su poderosa inteligencia concibió la verdad acerca del Universo, Lo primero que advirtió es que el Sol debía de ser una estrella, vale decir, que las estrellas eran otros tantos soles: si bien se presentaban como puntos insignificantes, esto era debido a que estaban muy alejadas de nosotros.
Considérese la importancia que tiene su afirmación terminante: “Las estrellas son soles”.
Los hombres habían considerado a la Tierra como el centro del Universo, alrededor de la cual se movían el Sol y las estrellas diminutas, que parecían estar todas fijas en una gran esfera, y que sólo parecían servir para orientarse o averiguar el futuro de los hombres. Entonces vino Bruno y afirmó que esos débiles puntos de luz eran soles como el nuestro, acaso muchísimo más grandes y más brillantes, y que, probablemente, otros planetas giraban en su torno, muchos de los cuales podían estar habitados por seres vivientes, tanto o más inteligentes que nosotros.
Aunque a la mente humana le cueste enorme trabajo imaginar la grandiosidad del Universo, poseemos ya datos suficientes acerca del verdadero tamaño de nuestro planeta, la Tierra, que tan enorme nos resulta con todos sus ríos y montañas, mares y continentes, y el tamaño de las estrellas, que tan insignificantes nos parecen. En las cuestiones referentes a los astros no hay que olvidar nunca el efecto que produce la distancia. Si miramos desde la cumbre de la montaña una casa, nos parece también un punto diminuto. La distancia empequeñece hasta llegar a hacer invisibles los cuerpos de mayor tamaño.
Planetas como Saturno y Júpiter son mucho más grandes que la Tierra; y sin embargo, todos los planetas reunidos no forman más que un volumen insignificante comparado con el globo solar.
Las distancias de los distintos planetas al Sol son enormes, comparadas con el tamaño de esos astros. Es como si pequeñísimas esferuelas rodaran por un campo inmenso. Y no obstante esas distancias, el Sol nos parece una gigantesca bola de fuego. ¿Cómo concebir la distancia a las estrellas, que aun siendo mayores y más brillantes que el Sol, en muchos casos, se las ve brillar como puntos insignificantes? Cuando en el cielo nocturno observamos dos estrellas que parecen juntas una a la otra, esto no es más que un efecto de perspectiva. En la gran mayoría de los casos la distancia que media entre dos estrellas aparentemente próximas entre sí, es igual a muchas veces la distancia desde el Sol a cada una de ellas.
¿Qué decir del tamaño de las estrellas? Pues si bien hay algunas más pequeñas que el Sol, hasta más pequeñas que la Tierra, hay en cambio otras gigantescas, tan grandes, que si estuvieran en lugar del Sol ocuparían un espacio mayor que el que limitan las órbitas de algunos de los planetas ubicados en órbitas exteriores.
Aun en el caso de estas estrellas gigantescas, las distancias que las separan son tan grandes que puede considerarse a los astros aislados y solitarios en la inmensidad del espacio, ilimitado.
La distancia que separa los objetos debe expresarse en unidades de longitud, como el metro o el kilómetro, para que no haya lugar a dudas. Pero muchas veces resulta más gráfico indicar la distancia que nos separa de un lugar, refiriéndonos al tiempo que se emplea en llegar a él. Podemos decir así que un pueblo está a una hora de marcha a pie; claro que el tiempo empleado depende de la velocidad de marcha, pues en automóvil la misma distancia se cubrirá en unos minutos y, en avión, en sólo segundos.
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