De cómo, a pesar de sus desniveles, nuestro planeta es un realidad una bola bastante uniforme
La superficie de la Tierra presenta una casi infinita variedad de aspectos y accidentes geográficos. Cuando viajamos por ella, vemos países, ríos y mares distintos. Hallamos regiones calientes o frías, húmedas o secas, llanas o cubiertas de montañas. Estas hechuras de la Tierra no existieron siempre, y fueron originadas por fuerzas que aún trabajan incesantemente, modelándola.
Los mayores abismos marinos, según ya dijimos, no tienen magnitud mucho más notable que aquellas montañas imponentes por su altura. En efecto, el monte más elevado del Himalaya, el Everest, con 8.882 metros, es sobrepasado en sus dimensiones únicamente por la máxima profundidad conocida del océano Pacífico: 10.863 metros, un poco al sur de la isla de Guam perteneciente al archipiélago de las Marianas. Estas cifras, sin embargo, no nos deben impresionar, porque son ínfimas comparadas con el tamaño de nuestro globo. Si la Tierra estuviera representada por una enorme pelota de dos metros de diámetro, es decir, tan alta como un hombre, un abismo de 10.863 metros correspondería en ella a un alfilerazo superficial de menos de dos milímetros de profundidad, tan leve como la provocada en la piel por la picadura de un mosquito. Tal es la proporción en que se da.
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