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La edad de las estrellas: gigantes rojas y enanas blancas

La continua evolución de las cosas puede notarse en cualquier aspecto del Universo. Así como se modifican la Tierra, los planetas. los cometas y el Sol, también evolucionan las estrellas. Una estrella nace como concentración del polvo cósmico y el gas que se encuentra en el espacio: las partículas dispersas se atraen unas a otras y se acercan cada vez más, hasta formar un conglomerado, que se comprime sin cesar, causando esto último un aumento constante de la temperatura. Llega un momento en que las condiciones internas de la estrella, por la alta presión y temperatura adquiridas, son tales que producen las reacciones nucleares de los átomos; éstos, como ya lo hemos explicado, se desintegran generando otros elementos más estables y emitiendo grandes cantidades de energía. Tal como sucede en nuestro Sol, el hidrógeno es el principal elemento que, al desintegrarse, provee de energía a las estrellas.

Cuando una estrella posee una gran reserva de hidrógeno, lo consume en forma más lenta que cuando tiene poco. Paradójicamente, la estrella gasta tanto más rápidamente su material energético cuanto menos posee en reserva. A cierta altura de esta evolución, la estrella se expande y se enfría, transformándose en una gigante roja, que posteriormente vuelve a contraerse, y, en ciertos casos, se manifiesta una pulsación como ocurre con las cefeidas. Posteriormente la estrella se contrae cada vez más y aumenta de temperatura, hasta transformarse en una estrella sumamente pequeña y muy caliente, como las enanas blancas. Al llegar a este estado se alcanza la última etapa de la evolución estelar, que conduce a la muerte de la estrella por agotamiento de toda su energía. Pero en esta larga evolución, que significa una vida de miles de millones de años, la estrella puede caer en un estado de inestabilidad tal, que provoca su estallido, como se observa en las novas.