Los movimientos lentos y bruscos de la corteza terrestre


Según una antigua teoría, los plegamientos de la corteza terrestre se producen cuando se enfría el interior de la Tierra, achicándose. Entonces, la corteza terrestre se encoge para adaptarse al nuevo volumen de su parte central y las arrugas que resultan dan origen a elevadas montañas. Aunque esta teoría está aún bastante acreditada y explica muchos hechos, no basta para dar razón de todos los plegamientos de la Tierra. Existe otra interpretación acerca del nacimiento de las montañas, que es más moderna. Sostiene lo siguiente: la Tierra, al girar sobre su eje, adopta para los materiales que la componen una distribución de equilibrio. Cada uno ocupa el lugar que le corresponde por su densidad: los materiales pesados cerca del eje, los más livianos alejados de él. Pero este estado de equilibrio no es eterno: es alterado por la acción de las aguas, que erosionan las montañas y llevan hacia las cuencas oceánicas los residuos. Llega un momento en que las leyes físicas imponen la vuelta a una distribución de equilibrio: los materiales depositados en las cuencas son relativamente livianos y deben alejarse del eje de la Tierra. Otros materiales más pesados han de ocupar su lugar. Por esta razón las zonas que rodean las cuencas comienzan a acercarse y empujan hacia arriba los sedimentos, presionando sobre ellos como las mandíbulas de una tenaza. Así surgen del fondo de los mares nuevas cadenas de montañas.

Estos movimientos de la Tierra se realizan en forma lenta y gradual pero hay otros sumamente bruscos: nos referimos a los terremotos. Algunas de las ondas que se originan en un terremoto se propagan por la superficie terrestre, y otras lo hacen por las profundidades; así es cómo las ondas originadas en un determinado lugar llegan a otro punto remoto, siguiendo caminos distintos y empleando tiempos diferentes.

El punto en que el terremoto adquiere máxima intensidad recibe el nombre de epicentro; desde ese punto, en forma más o menos concéntrica, se propagan las ondas sísmicas, disminuyendo de intensidad con la distancia. Mucho antes de que lleguen las noticias directas de un terremoto, los observatorios son capaces de decir dónde está situado su epicentro, simplemente gracias al estudio de los registros que dejan los sismógrafos. ¿En qué consisten estos aparatos? En esencia, constan de una gran masa suspendida de tal manera que queda libre de los movimientos del suelo. Cuando éste experimenta sacudidas y vibraciones, que a su vez arrastran en su movimiento a todos los objetos apoyados sobre la superficie terrestre, la gran masa suspendida, según lo establece el principio de inercia, permanece en reposo, lo que permite establecer con qué amplitud se sacude el suelo. Por medio de una aguja y de un cilindro registrador, se tiene un gráfico que nos representa las variaciones del fenómeno.

Aparte de los bruscos movimientos de la corteza terrestre, hay otros, como dijimos, que se producen en forma lenta a través de milenios. Hay continentes que se hunden o que surgen de las aguas; hay montañas que se levantan y hasta se desplazan de su lugar. Pero lo asombroso es que la corteza terrestre, en toda su extensión, está sometida a un movimiento de ascenso y descenso, dos veces por día, como sucede con las mareas. En efecto, se trata de una marea originada por la atracción de la Luna. Cuando la Luna se eleva sobre el horizonte, comienza a levantarse la corteza, que alcanza la máxima altura cuando la Luna culmina. La corteza terrestre vuelve a su posición primitiva cuando la Luna se oculta tras el horizonte opuesto. Aunque el movimiento alcanza a varios decímetros, es imposible notarlo en forma directa, porque además de ser sumamente suave, nosotros, con todo lo que nos rodea, nos movemos al mismo tiempo, por lo que faltan puntos de referencia. No obstante, hay aparatos muy delicados que consiguen registrar estas mareas de la corteza terrestre. Un físico americano, Michelson, con un aparato por él inventado, llegó a medir la marea de las rocas, encontrando que era aproximadamente cuatro veces menor que la marea de los mares, de modo que más o menos representa unos 35 centímetros.

Por otra parte, y de acuerdo con lo que hemos dicho sobre la estructura de nuestro planeta, es lógico que tales mareas se produzcan: no olvidemos que a unos 70 kilómetros bajo nuestros pies se encuentra un mar muy viscoso y muy caliente y fluido, sobre el cual es evidente que debe obrar la acción de la Luna, de notable influencia en diversos acontecimientos naturales, como igualmente en el régimen de las mareas.