Los Polo, grandes comerciantes y extraordinarios viajeros venecianos
Mateo y Nicolás (padre de Marco), hijos de Andrés Polo, patricio veneciano de origen dálmata, dedicados al comercio, se encontraban en Constantinopla hacia el año 1255 por razones de negocios. Desde allí, en un largo viaje que duró catorce años, llegaron a Persia, donde un emisario del gran kan Kublai los invitó a visitar su corte, pues el soberano, enterado de la presencia de los dos venecianos, deseó conocerlos, ya que jamás había visto hombres de la raza latina. Aceptaron gustosos los viajeros, y fueron conducidos a la corte de Kublai, quien los recibió con júbilo, les hizo innumerables preguntas sobre los países de Europa, sus habitantes y costumbres; discutió con ellos asuntos de negocios, política y religión, y acogió con interés los esfuerzos de sus extraordinarios invitados para convertirlo al cristianismo.
Un año permanecieron los venecianos en la remota y legendaria China, hospedados en el palacio del gran kan. Al emprender los visitantes el regreso a su país, el gran monarca les pidió que, al llegar a Italia, solicitaran al Papa el envío de un centenar de misioneros, hombres buenos, inteligentes y preparados, capaces de probar que la ley de Confucio era inferior a la de Cristo; también les encargó que recogieran en Jerusalén un poco de aceite de la lámpara del Santo Sepulcro, al que Kublai atribuía poderes maravillosos.
Los Polo partieron hacia Venecia provistos de un pasaporte especial, consistente en una tablilla de oro que llevaba estampado el emblema de Kublai, el cual les aseguró ayuda y aun obediencia de los súbditos del gran kan. Cuando llegaron a su patria, se dispusieron a cumplir la misión de Kublai, cosa que les resultó imposible porque en ese momento la cristiandad carecía de Papa. A pesar de ello, pronto emprendieron les venecianos el regreso al Lejano Oriente en compañía de dos frailes dominicos que luego abandonaron la empresa.
En este segundo viaje participó otro viajero: Marco Polo, hijo de Nicolás, nacido pocos meses después de la partida de su padre en el primer viaje. El relato de las aventuras de su padre y su tío había encendido su entusiasmo de tal modo que siguió sin vacilar a Nicolás y Mateo cuando éstos emprendieron la expedición. Por otra parte, su madre había muerto algunos años antes y ya nada lo ataba a la ciudad de los canales.
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