Cómo se frustraron los inhumanos propósitos de los carceleros de Luisa
En aquel ambiente hostil. en un calabozo húmedo y sombrío, llegó el hijo esperado: era una niña y nació muerta. Nadie se ocupó de socorrerla o consolarla; la desesperación se apoderó de ella, pues debió permanecer dos días con el cadáver de su hijita sobre la única tarima de la celda, que le servía de cama. Finalmente, el cuerpecito de la niña fue arrojado al zanjón, que hacía las veces de basurero de la fortaleza. A tanto podía llegar la dureza de corazón de esos hombres, frente a la resignación de una mujer. La salud de Luisa se resintió, contrajo una grave enfermedad estomacal, se le hincharon los pies y las manos; pero ella soportó los sufrimientos físicos y morales impuestos por sus verdugos sin exhalar una sola queja, dando muestras de tenaz valor, de firme resolución. Se había impuesto el deber de ser digna de su esposo, cuya exclamación: “Sin patria no quiero esposa”, parecía haberse hecho carne en ella.
Un día practicaron con ella un simulacro de fusilamiento: la escolta la sacó del calabozo, la sentaron en el banquillo -ella no permitió que le vendaran los ojos-, y se preparó el pelotón; el oficial dio las órdenes pertinentes y los fusiles se alzaron apuntando a su pecho. Tras unos minutos interminables, angustiosos, y cuando la pobre joven estaba a punto de desmayarse, la volvieron a la celda. Pero ni apelando a tan inicuos medios se logró doblegar su espíritu.
Trasladada de prisión on prisión, pasó por las mazmorras del fortín de Pampatar, por las cárceles de La Guaira y Caracas, donde nuevamente la instaron a abandonar a su esposo y abjurar de sus patrióticas ideas a cambio de declararla inocente y ponerla en libertad, y ella les contestó con firmeza:
“No es así corno debe tratarse a una mujer honrada e inocente”.
Al cumplirse los seis meses de su detención, Luisa fue confinada en el convento de la Inmaculada Concepción, en Caracas. Allí permaneció ocho meses enclaustrada; en ese ambiente recoleto le fue posible recobrar la salud física y moral.
Entretanto, Arismendi, después de una exitosa campaña, había logrado la total liberación de la isla Margarita. Las autoridades coloniales, temerosas de estos triunfos patriotas, trasladaron a su prisionera a otra cárcel, y, finalmente, la embarcaron en El Populo, con destino a Cádiz.
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