El grandioso plan de operaciones militares de Aníbal contra Roma


Aníbal mandó a veinte mil españoles a guarnecer las plazas mauritanas, e hizo venir a España un número igual de soldados africanos. El conductor conocía la regla de los gobiernos militares: trocar el lugar de asiento de las guarniciones regulares para dominar mejor a los soldados, arrancándolos de su patria, y a los pueblos, introduciendo en su seno soldados extraños.

Aceleró luego los preparativos, pues ya el cónsul Sempronio Longo armaba una expedición al África en Lilibea, y su colega Publio Escipión se preparaba para caer sobre España. En Roma nadie sospechaba que el teatro de guerra elegido por Aníbal pudiera ser Italia: se consideraba que la barrera natural alpina era algo poco menos que imposible de atravesar para un ejército, y en cuanto al dominio del mar, era incontrastablemente romano desde el fin de la primera guerra púnica.

El paso de los Alpes fue, tal vez, la acción más admirable de todo el plan de Aníbal; para lograr este objetivo debía vencer a los elementos y a los hombres: a los primeros, que oponían su aspereza; a los segundos, en quienes era obstáculo la flaqueza ante las mayores penurias. Y la aventura inverosímil la realizó el prestigio de este caudillo singular, que no sólo se sobrepuso a lo escarpado del terreno y a la furia de los ventisqueros, sino que llegó al valle del Po con un ejército cuyo poder combativo era tan alto como en el momento en que partió, pese a la natural disminución de sus efectivos.

Compensó las pérdidas de material humano que experimentara en el cruce de los Alpes con la adhesión de tribus celtas, cuyo odio a Roma era grande; dichas tribus fueron convertidas en fuerzas disciplinadas, y con su concurso Aníbal se prometía caer sobre Roma como un torrente de fuego y destrucción.

Cartagena (Cartago Nova) fue el arsenal del ejército púnico y base de un ejército de reserva que, al mando de Asdrúbal, hermano de Aníbal, quedó encargado de la defensa del territorio hispánico.

En la primavera del año 217 partió Aníbal de Cartagena en dirección al Ebro, y emprendió la marcha a través de regiones de confusos lindes, en medio de los bárbaros y por los montes, lanzándose a la conquista con el ímpetu arrollador aprendido en la escuela de Alejandro.