Educación, talento y belleza de la reina Cleopatra
La joven princesa era de una hermosura incomparable, y su inteligencia tan grande que quizás superaba a todas las mujeres de su época. Era griega por su sangre, griega por su belleza, griega por su sabiduría; pero su talento natural era una mezcla del claro entendimiento del antiguo Oriente, del cual era hija, de la refinada Grecia, y de la más moderna cultura de Roma, que se imponía entonces sobre el mundo conocido.
Todo lo que la erudición de los más eminentes sabios podía enseñarle, lo aprendió Cleopatra; pero no hay enseñanza alguna que produzca por sí sola talento.
Con ella nacieron el ingenio, la gracia natural y todos los encantos que no pueden describirse, pero que se ven claramente en la mujer que los posee. Educóse en lo que era el centro del saber en aquel tiempo y el punto de su residencia era Alejandría, capital entonces de Egipto, fundada por Alejandro Magno, quien le dio su nombre. En tiempo de Cleopatra, era Alejandría ciudad de bibliotecas y escuelas; de museos y palacios de bellas artes. Afluían a este centro hombres procedentes de todos los países civilizados. En bellas artes, en filosofía y en ciencias era Alejandría única en la tierra; no había otra con la cual compararla. Sus doctores eran los más eruditos que el mundo había visto. Al caer la grandeza de Alejandría, la mitad de la ciencia y del arte quedó anulada, y se tardaron dos mil años en volver a recuperar muchos de los grandes secretos que los sabios cirujanos y doctores de Alejandría poseían. Su riquísima biblioteca era la más famosa que existía, y al quedar destruida por el incendio, la vida intelectual del mundo sufrió una pérdida que no pudo jamás ser reparada. La corte del rey era el lugar en que residían el esplendor y la magnificencia. Sus naves surcaban el Mediterráneo por todas partes; sus caravanas extendíanse por todos los caminos del desierto. Éste fue, pues, el teatro en cuyo centro creció y se educó la hermosa y joven princesa.
Al presentarse por primera vez en público, tenía catorce años. Ya entonces era famosa por su sabiduría. Según se dice, podía expresarse en siete u ocho lenguas; sabía música, historia, y comprendía tan bien las ciencias políticas como la filosofía y las bellas artes; era, en suma, una joven asombrosa. Contaba tan sólo diez y siete años, cuando murió su padre, quien dejó el reino a sus dos hijos, ella y su hermano Tolomeo Dionisio. Demostró en el gobierno una actividad incansable, y tenía un carácter mucho más enérgico que su hermano, cuya inteligencia era bastante limitada. Tolomeo habría sido quizá mejor gobernante que Cleopatra; pero cualquiera fuese la causa de la disensión que surgió entre ambos hermanos, el hecho es que él se negó a compartir el trono con ella, aunque su padre se lo había dejado a los dos. Quizá sus consejeros tuvieron la principal responsabilidad en lo que ocurrió, pues no les gustaba mucho el espíritu de audacia con que la reina ejercía el gobierno de la nación. Pero sea lo que fuese, Cleopatra creyó necesario retirarse a Siria. Su orgulloso espíritu no se avino a aceptar semejante derrota y empezó inmediatamente los preparativos para recuperar su reino por la fuerza de las armas.
Roma era la señora del mundo, pero Egipto era todavía un reino independiente. Al suscitarse la disputa entre Cleopatra y su hermano Tolomeo, ocurría en Roma otra semejante para obtener el gobierno. Julio César había estado diez años ausente de la ciudad; había conquistado Galia e invadido Gran Bretaña. Con la conquista de la primera había sentado la base de la civilización en el mundo occidental. Contentáronse otros romanos con llevar sus huestes hacia el Oriente, en donde se podían realizar fáciles conquistas. Mientras César estaba ausente, Pompeyo, que ejercía el poder en Roma, procuraba neutralizar el de aquél cuyas conquistas habíanle hecho alcanzar grandísima popularidad y fama. César, que veía peligrar su posición, marchó contra Roma con un pequeño ejército, que fue aumentándose con grandes fuerzas que se le agregaron, y derrotó a Pompeyo.
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