LA AMISTAD DE DAMON Y PITIAS
Dionisio fue un tirano que reinó en la ciudad de Siracusa, en Sicilia, y se mostró tan cruel que quienquiera le provocaba a enojo era irremisiblemente condenado a muerte. Cierto día se encolerizó contra un joven llamado Damón, que se había quejado de las crueldades del tirano. Damón, pues, fue condenado a la última pena; pero antes de morir suplicó a Dionisio que lo dejase ir a ver a su mujer y a sus hijos. Dionisio hizo mofa de semejante pretensión.
-Si te soltara -pensó-, ya no volvería a verte.
Díjole Damón que tenía un amigo que se constituiría en rehén hasta su vuelta, y este amigo, llamado Pitias, se presentó, en efecto, a ofrecerse como rehén por Damón.
-Si Damón no volviese -añadió-, moriré yo en lugar de mi amigo.
Maravillado Dionisio de que existiese un hombre que amase tanto a su amigo, concedió seis horas a Damón para ir a ver a su mujer y a sus hijos.
Creyó Damón que estaría de regreso dentro de cuatro horas, pero al cabo de este tiempo no había regresado todavía. Cinco horas, casi seis, pasaron, sin que Damón apareciera. El más dichoso de cuantos estaban encarcelados era Pitias, que deseaba ardientemente que Damón no regresase, pues sufriría gustoso la muerte en su lugar y salvaría así la vida a su amigo, que debía vivir para velar por su familia. Por fin, llegó el momento fatal, y ya muy próxima la hora de la ejecución, presentóse Dionisio con objeto de ver morir al rehén.
Con ánimo esforzado y tranquilo se preparó Pitias para la muerte.
-Mi amigo -dijo- habrá tenido algún accidente o quizá enfermó.
Casi en el mismo instante en que iba a tener lugar la ejecución, llega Damón y abraza a su amigo. Estaba rendido de fatiga y llevaba el traje sucio del viaje. Habían matado su caballo y tuvo que adquirir otro, pero, corriendo al galope, pudo llegar a tiempo para salvar a Pitias de la muerte que éste iba a sufrir en su lugar. Esta oportuna llegada contrarió al rehén, quien suplicó a Damón y al tirano que le permitiesen padecer el castigo, para salvar a su amigo.
Asombrado Dionisio, que no había visto jamás semejante fidelidad, dirigióse a Damón y Pitias, estrechóles las manos, los dejó libres y les suplicó que le permitiesen participar de su amistad.
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