EL SACRIFICIO DEL NEGRO FALUCHO
En el mes de febrero de 1823, la guarnición de El Callao, Perú, fue arrastrada a una sublevación por algunos sargentos, descontentos por no haber recibido sus haberes de varios meses. Aprisionaron a varios jefes y oficiales en el Real Felipe, y a pesar de pertenecer a regimientos patriotas, izaron nuevamente el pabellón español en las fortalezas. Este acto escandaloso no tenía por finalidad ponerse a las órdenes del rey; fue sólo el resultado de una intriga del teniente coronel Casariego, español astuto y arrojado que, prisionero en las casamatas del fuerte, fue el incitador del motín.
Un valeroso soldado negro del batallón Nº 8, Antonio Ruiz, natural de Buenos Aires, a quien todos llamaban Falucho, fue protagonista de un hecho heroico que lo ha inmortalizado.
Estaba de centinela al pie del asta de la bandera, donde ondeaba el pabellón peruano, cuando al ir a arriarlo los revoltosos para tremolar el español, se le ordenó que presentase el arma; Falucho, con el mayor denuedo, contestó:
-¡Yo no hago honores a esa bandera contra la que siempre he combatido; malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor!
Y tomando su fusil por el cañón, lo hizo pedazos contra el asta de la bandera.
Allí mismo fue bárbaramente muerto a bayonetazos, sin que saliesen de su boca otras palabras que las de ¡Viva la Patria!
¡Honor a la memoria de ese arrojado y oscuro mártir!
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