EL HOMBRE CON LA MUERTE EN LAS MANOS
Aunque desdichadamente no ha llegado aún el día en que la paz reine, como dueña y señora del Universo, y sea opinión muy común la de que las guerras son inevitables, cualquiera sea la causa que impulse a unas naciones contra otras en la lucha feroz y sanguinaria, no dejamos de reconocer que la guerra es un mal y de los mayores que pueden caer sobre un pueblo.
No obstante, entre sus horrores y desdichas, los anales guerreros nos hablan de hechos heroicos, no de fiera y temeraria audacia en la destrucción del enemigo, sino de valor y abnegación mostrados en el noble impulso de salvar del peligro a infelices que estaban a punto de perecer.
Una de estas bellas hazañas fue realizada en la guerra de Crimea por el capitán Guillermo Peel, comandante de un barco de guerra de la flota británica.
Desembarcadas sus tropas para entrar en combate por tierra, el capitán Peel fue enviado con sus hombres a un punto en que los cañones vomitaban incesante fuego sobre las posiciones del enemigo. De pronto se dieron cuenta de que faltaban municiones; pero un grupo de resueltos soldados se ofreció a ir en busca de otras nuevas, desafiando el peligro de pasar bajo la lluvia de las bombas rusas que estallaban a su alrededor. Gracias a su valor consiguieron acercar a la batería varias cajas de pólvora y proyectiles, y cuando los hombres estaban ocupados en desembalar las municiones, cayó en medio de ellos una voluminosa granada, lanzada por los cañones rusos.
Humeaba la mecha y de un momento a otro toda la batería iba a quedar hecha pedazos, y mirando como fascinados el siniestro proyectil, los soldados esperaban su explosión.
El capitán Peel, hombre de acción y de gran presencia de ánimo, despreciando su propia vida, se lanzó sin vacilar a través de la batería, cogió la granada, y con ella en las manos, se alejó de aquel lugar.
Sus hombres le gritaron estupefactos: “¡Capitán, la mecha está encendida!” Pero el capitán siguió adelante, hasta que, llegado a sitio seguro, levantó la bomba sobre su cabeza y la arrojó con vigoroso ímpetu contra los parapetos que protegían los cañones.
Apenas había salido la granada de sus manos cuando estalló con infernal habría sacrificado su vida por salvar ruido. Un segundo más y el capitán la de sus soldados.
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