CHURRUCA
Es la firmeza una virtud, por la cual el hombre recto se sostiene inmutable dentro de la severidad de sus principios, inflexible en el cumplimiento de sus deberes, aun cuando le amenacen graves peligros.
Pocos ejemplos de verdadera firmeza registra la historia que igualen al que dio el célebre marino español Cosme Damián de Churruca. en el combate de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805.
El famoso expedicionario del estrecho de Magallanes y de México; el autor de tantas obras útiles a la ciencia, que demuestran profundos conocimientos de filosofía, matemáticas, astronomía, estrategia y disciplina militar; del atlas marítimo de las Antillas; de 34 cartas y mapas, y de otros muchos trabajos científicos que sería largo enumerar, murió lleno de gloria en el combate en que perdieron sus vidas Nelson, el almirante inglés, y tantos otros héroes, como el célebre duque de Gravina, teniente general de la marina española.
A sus vastos conocimientos como marino, reunió Churruca con grande aprovechamiento el estudio de las Bellas Letras. De él se conservan borradores muy extensos de observaciones, cálculos y proyectos de gran importancia, escritos con galanura de estile y florido lenguaje.
En sus costumbres fue siempre Churruca austero y sumamente ordenado. Muy celoso de su honor, nada había que le moviese a ceder en este punto. Nunca hizo uso del aprecio con que le distinguía el monarca, ni del favor de los ministros, ni del valor de sus trabajos, para solicitar recompensas; y de ahí que sólo alcanzara los grados que le correspondieron por ascenso regular. Cuando ejercía un mando, daba ejemplo, para mejor hacerse obedecer de los inferiores; fue exactísimo en el cumplimiento de la disciplina, y sin aspereza ni severidad excesivas lograba que la observasen todos. Mandaba, en fin, con el ejemplo y las precauciones, para evitar los delitos y excusar los castigos, que le repugnaban; y, si llegaba la ocasión de imponer éstos, agotaba todos los medios de templar el rigor, sin frustrar los fines de la ordenanza.
Por los últimos años de su existencia vio sublevada en Cádiz parte de la tropa de infantería de marina que guarnecía el San Juan; condenados a muerte aquellos soldados, aunque él no era, en ningún sentido, responsable de la sublevación, logró que el rey les perdonara la vida. Con este motivo escribía en primero de octubre de 1805, a un hermano suyo: “Te remito adjunta una copia de la orden de ayer en la escuadra, para que veas por ella la doble satisfacción que tengo de haber salvado la vida de cuarenta desgraciados, que se me amotinaron a bordo, y que tanto el rey como el generalísimo hayan apreciado mi mediación; constará a la posteridad que no pude provocar yo con mi rigor excesivo un atentado que no tiene ejemplo en nuestra marina”.
El espíritu íntegro y tenaz del inmortal marino guipuzcoano se ve patente en las palabras que escribió a un amigo suyo, poco antes de zarpar de Cádiz con la escuadra para el combate de Trafalgar: “Si tú oyes decir que mi navío es prisionero, cree firmemente que yo he muerto”. Y así fue. Aquella voluntad de hierro, puesta a prueba en muchas ocasiones, y sobre todo en el sitio de Gibraltar, cuando arriesgó su vida para recoger a los heridos de las baterías flotantes que destruyeron los británicos, jamás cedió en el cumplimiento de los deberes que le encomendó la patria, y menos que nunca en aquel día.
El 20 de octubre de 1805 zarparon de Cádiz las escuadras combinadas francesa y española, al mando la primera del almirante Villeneuve, y la segunda del teniente general don Federico Gravina; y al día siguiente, 21, en las aguas del cabo de Trafalgar, se verificó el encuentro que se esperaba con la escuadra británica, que, mandada por Nelson, bloqueaba al puerto de Cádiz.
Puesta la armada franco-española en línea de batalla, y en tal orden que el navío San Juan, mandado por Churruca, quedaba el último a retaguardia, se trabó el obstinado, sangriento y memorable combate.
Cinco navíos, uno de ellos de tres puentes, cayeron sobre el San Juan, que rompió el fuego cerca de las doce y media, recibiendo sucesivamente el de todos ellos por la amura de babor; dos de los barcos enemigos pasaron adelante; los otros tres quedaron batiéndose, a saber: dos por babor, y el Dreadnought al costado del San Juan, a medio tiro de pistola, por la aleta de popa, habiendo vuelto a agregarse, por entonces, los navíos que al principio del combate se habían adelantado, y uno más que se acercó luego, por lo que el San Juan tuvo que batirse contra seis navíos.
Churruca, desplegando sus talentos y denuedo en tan críticos instantes, velaba sobre todo, y con una serenidad y firmeza que causaban asombro, hacía las punterías por sí mismo y mandaba las maniobras con la bocina de combate, al mismo tiempo que imponía respeto a fuerzas muy superiores, sin que hubiesen los ingleses intentado el abordaje.
Así se sostenía, cuando al volver de proa, donde acababa de apuntar un cañón con cuyo tiro desarboló a un navío enemigo que le batía por aquel punto, casi impunemente, lo alcanzó una bala de cañón que, llevándole la pierna derecha hasta más arriba del muslo, lo derribó; irguióse sublimemente el intrépido marino, y resistiendo el horrible dolor que sentía, mandó traer un barril lleno de harina, en la cual hundió el extremo del miembro destrozado, para contener la hemorragia, y en tal actitud se mantuvo firme, dirigiendo el combate y haciendo gran daño al enemigo.
Con heroico gesto, mandó que se clavara la bandera y que no se rindiese el navío mientras a él le durase la vida. Poco después expiró.
Asombrados quedaron los ingleses de la heroica defensa del San Juan por el valeroso Churruca y su gente, y honraron por muchos años la memoria del insigne marino con singulares muestras de respeto. El casco del navío se conservó por algún tiempo en la bahía de Gibraltar, con la cámara del comandante cerrada y una lápida sobre la puerta con el nombre de Churruca en letras de oro. Y si alguna vez se abría aquella estancia para satisfacer la curiosidad de alguna persona de distinción, se le advertía que entrase en ella descubierto y con la mayor compostura, como si dentro viviera aún el ilustre marino guipuzcoano.
Cuando falleció Churruca, nombróle el rey teniente general, y posteriormente, en 1812, se erigió a su memoria una magnífica fuente en forma piramidal y elevada, terminada en una urna. Este monumento se alzó en el Ferrol, a expensas de la ciudad y del capitán general. En las cuatro caras de la pirámide que sostiene el vaso cinerario se leen inscripciones alusivas a las virtudes del heroico marino, orgullo de España.
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