La tortuga socorre al conejo
Estando el señor Conejo pavoneándose por el bosque con tanto orgullo como un pavo real, oyó voces de alguien que pedía socorro.
Miró en torno suyo y descubrió al señor Lobo que yacía con una gran piedra encima. Tomó el señor Conejo un palo recio y sirviéndose de él, como de palanca, consiguió levantar algo la piedra, de modo que el señor Lobo pudo salir a rastras.
-Gracias que no se me ha roto ningún hueso -dijo el señor Lobo, sacudiéndose-. Puesto que me has hecho tal favor, quiero obsequiarte y te suplico vengas a mi casa, a comer en mi compañía.
Y diciendo así, tomó el señor Lobo al señor Conejo por el lomo y comenzó a andar con él.
-Si me haces daño -replicó el señor Conejo-, no te haré otro favor en toda mi vida.
-Desde luego -replicó el señor Lobo-; mientras te dure la vida, no me serás más de utilidad.
-Pero, señor Lobo -insistió el señor Conejo-, ten presente que el matar a personas a quienes se debe un beneficio es contrario al derecho de gentes. Puedes preguntárselo a la señora Tortuga.
Consintió el señor Lobo en someterse a la decisión de ésta; pero se dijo interiormente:
-Si sentencia contra mí, me apoderaré de ella lo mismo que del señor Conejo.
Presentáronse, pues, a la señora Tortuga, y cada cual expuso el caso; ella replicó:
-Antes de dar dictamen necesito ver el sitio donde estaba el señor Lobo cuando lo vio el señor Conejo.
Marcharon, pues, los tres al paraje donde el señor Lobo había quedado preso bajo la gran piedra.
-Veamos, señor Lobo -dijo la señora Tortuga-, la posición exacta en que estabais cuando os encontró el señor Conejo.
El señor Conejo volvió a levantar la piedra con el palo, se deslizó bajo ella el señor Lobo y aquél la dejó caer de nuevo. Entonces pronunció la señora Tortuga:
-Evidentemente, vos, señor Conejo, no tenéis razón. Encontrasteis al señor Lobo oprimido bajo la peña; no os metáis en sus negocios, dejadlo donde está e idos a los vuestros; es lo que más os conviene.
Y allí se quedó el señor Lobo; y la señora Tortuga y el señor Conejo se fueron riendo muy tranquilos y satisfechos de haberse salvado.
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