EL LABRADOR Y SUS SACOS


Cierta vez, un labrador conducía trigo al molino en sacos atravesados sobre el lomo de un caballo. Tropezó en la ruta el animal y se cayó al suelo uno. Como el saco caído pesaba demasiado, el pobre labrador no pudo cargarlo de nuevo, y no hallando manera de resolver el problema, decidió esperar que pasase un caminante que le quisiese prestar su ayuda.
Al poco tiempo vio venir a un jinete; pero al aproximarse observó el labrador con gran tristeza, que era nada menos que el noble encopetado que vivía en el espléndido castillo que se erguía altanero sobre la enhiesta cumbre de una próxima colina y no había que pensar en solicitar la ayuda de un personaje de su rango.
El noble, sin embargo, no era meramente un hombre con un título, era además un caballero, que echó pie a tierra al ver el apuro del labrador.
-Ya veo, amigo mío,-dijo-que os ha ocurrido un percance. Afortunadamente, aquí estoy para ayudaros, porque en estos caminos tan poco frecuentados, no es fácil encontrar quien preste auxilio en tales casos.
Y dicho y hecho, tomó por uno de sus extremos el saco, cogiólo el labrador por el otro, y entre ambos colocáronlo de nuevo atravesado sobre el lomo de la bestia.
-Señor-le dijo el labrador, quitándose el sombrero,-¿cómo podré demostraros mi agradecimiento sin límites?
-Muy fácilmente, amigo mío,-contestóle el noble.-Siempre que veáis que alguno se encuentra en un apuro, ayudadle por cuantos medios podáis, que de ese modo, mejor que de otro alguno, podréis demostrarme vuestra gratitud.


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