EL HIJO DEL CAÑÓN - Cuento disparatado
Lombriz se sentó entre los hongos y abrió un libro intitulado Gnomos Insignificantes. Así como en otros países se escriben obras enteras para ensalzar las hazañas de los hombres más famosos, en el país de las hadas les da por leer el libro aludido, que se ocupa de los gnomos que no hicieron nada notable.
Abrió Lombriz el libro por la letra T y fue pasando sus hojas hasta llegar a la voz Tompín, donde leyó:
“Tompín es caprichoso y travieso. Nació en el planeta Marte en el año 12, y emigró a la Tierra durante el año 1400. Como no era ni hombre ni mujer, agregóse a los turcos que habían destruido el Imperio abasida, para servirles de cocinero. Su ocupación favorita es acariciarse la barba. No lee ni escribe. Se gana la vida sin hacer absolutamente nada. Su residencia favorita es la boca de los cañones de marina, prefiriéndola a los clubes ya pasados de moda. Nada indistintamente hacia atrás o hacia adelante. Su dirección actual es la siguiente: "Acorazado Dreadnought, En la mar“.
Después de leer tan extraordinarios informes acerca de Tompín, dijo Lombriz:
-¡Cualquiera le confía su dinero! No sería yo, por cierto.
Algo se movió a su lado. Levantó la mirada y vio al Lagarto.
-Buenas noches -le dijo.
-Muy buenas -le contestó el Lagarto.
-¿Cómo has encontrado a Finisterre? -preguntóle Lombriz.
-Muy rocoso -replicó aquél.
-Ahora, escúchame -dijo Lombriz, apoyando el brazo sobre un hongo y mirando al Lagarto por encima de sus gafas-. ¿Conoces a Tompín?
-Lo he visto -replicó el Lagarto-, pero no puedo realmente decir que lo conozco, porque no he hablado con él. Pero sé que es hijo de un cañón.
-Justamente. Has de saber que yo también he inventado un cañón, que es una maravilla. Dispara conchas marinas en la playa. Mas no conchas cualesquiera, sino de caracoles.
-Comprendido -replicóle Lagarto-; pero... ¡silencio! ¡hele ahí!
Lombriz volvió la cabeza y vio a Tompín, que le estaba mirando sobre un hongo.
-Buenas noches, Monsieur -hubo de exclamar Lombriz-. ¿Habláis el alemán?
Tompín no respondió. En su avejentado rostro tenía estereotipada una sonrisa ni placentera ni triste, que bien pudiera ser calificada de ciega, o de muda, según se prefiera.
-¿Por ventura se os ha perdido la lengua? -volvió a interrogar Lombriz, frunciendo el entrecejo.
Después de esperar largo tiempo una respuesta, levantóse Lombriz, dejó el libro en el suelo y, aproximándose a Tompín, le dijo:
-¡Venid acá, buena pieza!
Y lo agarró al mismo tiempo por la oreja izquierda, haciéndole avanzar y diciéndole:
-Monsieur, tengo un cañón.
Tompín se quedó atónito, y un rayo de alegría iluminó su semblante.
-¿Qué os ocurre? -preguntóle Lombriz.
-Estoy salvado -exclamó Tompín-, si es que posee ese cañón instintos paternales.
-Explicaos.
-La armada del Japón -dijo Tompín- se halla en la actualidad efectuando ejercicios de tiro al blanco, y no hay un solo cañón en el interior del cual pueda yo acomodarme; por consiguiente, soy un huérfano, un desamparado, un ser infeliz que carece de padre y de hogar. Esto es una inmensa desgracia.
-Os invito a que os alojéis en mi cañón. Luego os adoptaré por hijo.
-¿Y no se marchará también vuestro cañón... dejándome abandonado?
-No me atrevería a creerlo.
-¡Oh, gracias! ¡muchas gracias por este inefable consuelo! En mí tendréis un hijo. Corramos, corramos inmediatamente a su encuentro.
Prosiguieron su camino, y cuando llegaron al lugar donde se hallaba el cañón, el rostro de Tompín tornóse verde.
-¡Huele a pescado! -dijo con cierta inquietud.
-Haz la prueba -sugirió Lombriz.
-No me entusiasma el olor -balbuceó Tompín metiendo la nariz por la boca del cañón y olfateando detenidamente. Huele a conchas marinas. El olor de los mejillones es muy fuerte. Temo convertirme en ostra, o tal vez en lapa.
Hizo ademán de marcharse; pero Lombriz lo cogió otra vez por la oreja, diciéndole;
-Haz la prueba pobre huérfano.
-¿Tenéis la seguridad de que no me ocurrirá nada malo? -preguntó Tompín con recelo.
-¡Basta! -gritó enojado Lombriz.
-¡Adentro, pues! -exclamó resignado Tompín; y de un salto se metió por la boca del cañón.
Con la rapidez de un relámpago, corrió Lombriz a la culata, encendió una cerilla y la aproximó al oído de la pieza. Una viva llamarada iluminó la atmósfera; un objeto partió a través del aire, zumbando de un modo espantoso; una tremenda explosión conmovió toda la tierra, y una nube de trocitos de conchas de caracol ennegreció el firmamento.
Millares y millares de gnomos acudieron presurosos de todas partes y encontraron el cañón en el suelo, humeante, caliente y emitiendo llamas amarillas y verdes. Lombriz y Tompín habían desaparecido.
Cachimba, que se hallaba presente, exclamó:
-¡Algo ha sucedido aquí!
Pero en aquel mismo instante apareció el Lagarto quien se acercó diciendo:
-Amigos míos, si aguardáis con paciencia unos momentos, veréis un espectáculo digno de ser admirado.
Me explicaré. Este cañón está tan perfectamente equilibrado, que en él la fuerza impulsiva es exactamente igual a la de retroceso, e igual exactamente a la necesaria para recorrer la circunferencia de la Tierra. He aquí ahora lo ocurrido: Tompín, desde la boca del cañón, y Lombriz, desde su culata, han salido despedidos de un modo simultáneo, y se hallan en este momento dando la vuelta al mundo. ¿Me habéis comprendido? Si aguardáis un momento, veréis el resultado de lo que he pretendido explicaros.
Apenas hubo terminado de hablar el Lagarto, cuando Tompín, por Oriente, y Lombriz, por Occidente, aparecieron en el aire, caminando al encuentro uno del otro, con una velocidad tan espantosa, que los gnomos corrieron a esconderse debajo de los hongos.
-Se han cruzado a la mitad de su viaje alrededor de la Tierra -dijo el Lagarto-, y ahora se encontrarán, dándose un furioso abrazo. ¡Pum!
En aquel preciso instante, los dos cuerpos chocaron con violencia y cayeron después a tierra abrazados.
-¿Qué tal? ¿os ha gustado? -preguntó Lombriz a Tompín.
-Me habéis impresionado -contestóle este último con admiración.
Contempló un momento el cañón, que yacía, humeante aún, en el suelo, y, con los ojos arrasados en lágrimas y subyugado por la emoción, hincó una rodilla en tierra, rodeó con sus brazos el cañón y, oprimiendo contra él la mejilla, exclamó:
-¡Papá! ¡papá! ¡Al fin he vuelto a tu lado!
Lagarto volvióse hacia Lombriz y le dijo:
-Dejémosle donde está. El pobre huerfanito ha encontrado la paz de su existencia.
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